El Instituto del Verbo Encarnado (IVE) se presenta como un movimiento vigoroso, lleno de celo apostólico y de jóvenes vocaciones. Pero detrás de esta fachada, lo que se esconde es una secta con dinámicas internas de manipulación, espionaje y paranoia colectiva.
Un conflicto permanente con Roma
Desde hace décadas, el Vaticano ha intentado frenar los abusos de este grupo con medidas de control, restricciones y visitas apostólicas. Y cada vez, el IVE responde con la misma estrategia: no obediencia, sino resistencia. No humildad evangélica, sino guerra abierta. Un enfrentamiento constante disfrazado de heroísmo, en el que la consigna interna es clara: “todo el mundo quiere cerrarnos”. Esta mentalidad de asedio es típica de las sectas: victimismo permanente, enemigos imaginarios y una identidad construida a partir de la confrontación.
Espionaje y burlas contra el Vaticano
Ya en los años 1990 se veía claramente. El fundador, el padre Carlos Miguel Buela, se dedicaba a robar las comunicaciones privadas del comisario pontificio. Organizaba veladas (las llamadas “Beato Pro”), donde las cartas se leían entre whisky y burlas, como si el Vaticano fuera un enemigo a derrotar. No se trataba de un error aislado: era un sistema de guerra psicológica contra la autoridad eclesial.

El mecanismo incluía espionaje deliberado. Federico Riquelme, a quien Buela había colocado como asistente del comisario Rico, recibía disquetes del comisario Rico con archivos para imprimir. Riquelme abría los documentos en la computadora, cumplía con la impresión pedida, pero al terminar no cerraba el archivo. Cuando el comisario salía, Riquelme imprimía otra copia y se la entregaba a Buela. Así, los documentos confidenciales de Roma terminaban en las manos del fundador, en una operación de contrainteligencia digna de una secta conspirativa.
Defectos convertidos en sistema
Incluso desde adentro hubo advertencias. El sacerdote Alberto Ezcurra le dijo a Buela en esa época: “Ten cuidado, porque tus seguidores también copian tus defectos”. Pero Buela no escuchó. Sus defectos —soberbia, manipulación, desconfianza— se convirtieron en el ADN de todo el instituto.
La coartada: no contra la Iglesia, sino contra la curia
Hoy, la paranoia sectaria sigue intacta. El IVE se defiende diciendo que no lucha contra la Iglesia, sino “contra la curia vaticana”. Pero esta es la típica coartada de las sectas: separar artificialmente a la Iglesia de quienes tienen el encargo de gobernarla y convertir a Roma en el enemigo de la fe. Es el mismo patrón de siempre: victimismo, conspiración, paranoia.
Una guerra perpetua
El resultado es un campo de batalla perpetuo: Roma dicta normas, y el IVE las esquiva. Roma prohíbe la admisión de novicios, y ellos inventan atajos. Roma pide transparencia, y ellos multiplican maniobras de encubrimiento. La institución vive en guerra contra su propia madre, alimentando una narrativa de persecución para cohesionar a sus miembros en una burbuja de obediencia ciega y miedo al mundo exterior.

Conclusión
En definitiva, el IVE no es un instituto en crisis: es una secta expansionista y paranoica, que necesita sentirse asediada para sobrevivir. Su discurso de fidelidad a la Iglesia no es más que un disfraz. Lo que sostiene a esta organización no es la fe, sino la desconfianza, la multiplicación numérica y la guerra permanente contra quienes la corrigen.
La pregunta inevitable es: ¿hasta cuándo Roma seguirá tolerando a una secta que vive en guerra contra la Iglesia y alimenta a sus miembros con paranoia colectiva?
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