Categoría: Libro prohibido

  • Los riesgos de una espiritualidad llevada al extremo

    Los riesgos de una espiritualidad llevada al extremo

    Queridos lectores de buena voluntad:

    Venimos comentando y ofreciendo al público
    algunos extractos del libro «Los riesgos de la vida religiosa»

    En muchos artículos anteriores pueden encontrar
    algunas partes sobresalientes que nos han parecido oportuno presentar en este
    blog.

    Llegando al capítulo 11 nos encontramos con
    algunas joyas que quisiéramos hoy compartirles. El capítulo lleva el siguiente
    título: Los riesgos de una espiritualidad llevada al extremo.

    Y el primer punto que trae es “el exceso”:

    Cuando caminamos por un bosque tranquilo sin pendiente, el salirse del
    camino no presenta riesgo alguno. En un camino de montaña bordeando un
    precipicio, no se permite el error. La vida religiosa, si es fervorosa, se
    asemeja más a un sendero de montaña. Muchos de los errores vienen simplemente
    de un exceso de buena voluntad junto a una falta de discernimiento. Para hacer
    avanzar más rápido a los novicios, se los empuja más allá de las prácticas
    tradicionales razonables. Esto se asemeja a querer ayudar a que una planta
    crezca tirando de ella hacia arriba. Lo que debiera ser una docilidad al
    Espíritu Santo deviene en un rígido voluntarismo.

    El ejemplo más fácil de comprender y el más conocido es el de la
    penitencia corporal. Aunque no sea probablemente el más peligroso, al menos en
    nuestros días.

    El querer acelerar el camino hacia la humildad practicando sobre los
    jóvenes una formación activa a base de humillaciones es mucho más arriesgado.
    Podemos dudar que esto nos dará buenos resultados, y podemos estar seguros que
    habrá catástrofes. El riesgo no se presenta solamente para el sujeto sino
    también para el superior que practicaría ese género de humillaciones. Si éste
    adquiere gusto en aquello – la naturaleza humana es suficientemente perversa
    para esto – puede convertirse en un monstruo.

    Sin llegar alcanzar este punto, repetir sin cesar a un monje que no es
    nada, no conducirá a la verdadera humildad sino a un sucedáneo psicológico
    mucho más nocivo, llamado en inglés: low self esteem (baja autoestima).
    Falta de estima de sí mismo. En lugar de conducir al monje a la santidad, esta
    enfermedad, porque de hecho lo es, le quita todo poder de desear algo grande.

    El querer acelerar el renunciamiento a la propia voluntad suprimiendo
    todo aquello que ofrece una cierta satisfacción puede conducir a la depresión.

    Estos errores no son fáciles de desenmascarar porque se trata de
    prácticas tradicionales. Lo que falta, aquí y siempre, es la discreción. Y esto
    nos da una primera respuesta a la pregunta planteada al inicio de este
    capítulo: ¿qué es lo que no funciona?

    Un celo excesivo: estamos demasiado apurados por llegar a nuestro fin y
    debemos quemar las etapas.

    Una falta de juicio: queremos hacer por nuestra propia fuerza lo que no
    puede ser sino la obra del Espíritu Santo.

    De la misma manera que todas las herejías parten de palabras de las
    Escrituras y se alejan de la verdad cuando fuerzan exageradamente un aspecto de
    un dogma en detrimento de otros, de esa misma forma las prácticas tradicionales
    llevadas demasiado lejos devienen mortíferas:

    − La obediencia, sí, pero no al punto de renunciar a mi inteligencia.

    − La vida de Cristo en mí, sí, pero no al punto de pensar que yo no soy
    nada.

    − La humildad, sí, pero no al punto de destruir totalmente mi
    autoestima.

    − El renunciamiento, sí, pero no al punto de destruir toda alegría.

    − El desierto, sí, pero no al punto de dejarme morir de sed.

    − La sinceridad, sí, pero no al punto de suprimir toda intimidad.

    − Etc.

    Seguiremos próximamente meditando estos riesgos que podemos encontrar en
    la vida religiosa y que son más comunes de lo que uno puede imaginar.

    (más…)

  • Deriva sectaria

    Deriva sectaria

    Este capítulo fue escrito por el padre Abad, a quien ya hemos encontrado en el capítulo 3.

    Frente a una comunidad que está encerrada en una situación y mentalidad de «deriva sectaria» uno no puede evitar hacerse la pregunta: “¿Cómo es posible? ¿Cómo podrían los hermanos (o hermanas) que parecían normales llegar a vivir en un clima así, o a mantenerlo? ¿Es necesariamente el Superior el perverso y quien se comporta como un verdadero gurú? ¿Pero cómo lo siguen los Hermanos? etc.…”. No intentaremos resolver todas estas preguntas aquí, soy incapaz de hacerlo, y, además, no hay dos comunidades idénticas, solo me gustaría tratar de dar algunos puntos de referencia encontrados aquí o allá.

    1. El fundador entrenado

    Este no es siempre el caso, pero me parece que a menudo se ha usado un proceso muy plausible para explicar estos casos de abuso en las comunidades religiosas tradicionales. A raíz del Concilio y la crisis de mayo de 1968, los cristianos estaban fuertemente desorientados. Ya no se sabía más qué era verdadero o falso, qué era bueno o malo. Los Padres conciliares habían querido presentar la doctrina católica de una nueva manera, menos dogmática, más en diálogo con lo que había de bueno en la sociedad humana. Todo esto requirió mudanzas, cambios de perspectiva o de presentación. Lo que una vez se dijo que era la verdad, se cuestionó o mejor dicho se presentó de manera diferente, y no entendimos dónde estaba el límite de lo bueno y de lo malo, etc… En este clima la gente estaba desamparada, y ya no sabía en quién apoyarse, sobre todo porque, al corregir el exceso de rigidez, por ejemplo, se cayó a menudo en el exceso inverso queriendo reinventar todo, cuestionar todo, etc. Así aparecieron muchos errores inversos de aquellos que se quería combatir. En resumen, toda la presentación de nuestra fe estaba en proceso de reconstrucción. Fue entonces cuando algunas personalidades fuertes se levantaron. Hombres y mujeres de formación clásica, seguros de sus verdades, declarándose fieles a lo que la Iglesia siempre había enseñado… estas personas dieron confianza a muchos jóvenes que tenían sed de absoluto, de verdades seguras, de comportamiento radical. De allí nacieron embriones de comunidades más o menos religiosas. El fundador hablaba fuerte, daba confianza. Por poco que sepa mostrarse espiritual, al menos en su idioma, rápidamente atrajo muchas vocaciones a su alrededor, que luego organizó en una estructura institucional.

    El fundador hizo bien a estos jóvenes y algunas veces a sus familias. Se le decía, se pasaba la bolilla: “tal Padre es sólido…” y se convirtió casi en un dogma, y «el padre tal» se vio atribuido de una reputación de referencia en el paisaje eclesial de la época. Se lo va a ver, se lo va a consultar sobre todos los temas… y el buen padre comienza a tomarse a sí mismo en serio. Su radicalidad, sus exigencias dan confianza a los jóvenes que vienen en grandes cantidades para refugiarse bajo su sombra. Se considera que está inhabitado por el Espíritu Santo, y uno comienza a seguirlo cada vez más ciegamente. Aquellos que han quedado fascinados por su mensaje y su personalidad lo recomiendan a su alrededor. Se convierte cada vez más en un raro valor seguro en el paisaje eclesial. A partir de ahí, su enseñanza toma la reputación de ser uno de los pocos que aporta luz, y para quienes viven con él, se convierte casi en la única forma de salvación. Se inicia una dinámica grupal donde casi no hay posibilidad de pensar de otra manera que el fundador. El ciclo se cierra. Se le da, concretamente, todos los poderes, es reconocido como el único poseedor del Espíritu Santo para guiar a la comunidad y a cada miembro.

    Pero se comprende que, en este proceso, no es necesariamente el propio fundador quien se habría proclamado a sí mismo gurú, al contrario, es la comunidad la que ha delegado a su responsabilidad y «se arrodilló delante de su fundador.” Ciertamente, puede haber personalidades manipuladoras entre los fundadores, pero no creo que este sea el caso general. En el caso general, la comunidad tiene su responsabilidad de haber renunciado a su sentido común, espiritualizando demasiado rápido al fundador. Y este debió acoger lo que se le pedía y corresponderle, y entró en el juego, por supuesto. Pero creo que es importante des-diabolizar la responsabilidad de los fundadores. No son necesariamente monstruos… No necesariamente se colocaron en su posición de controlar todo.

    Entonces surge la pregunta para los superiores: si estos fundadores inicialmente no estaban inclinados a comportarse como gurús, y se han convertido, ¿ante qué signos hay que sentirse alertados que nuestra comunidad presenta facetas de vida que podrían voltearse a la deriva sectaria? Espero que todo este estudio brinde algunos elementos de respuesta a esta pregunta fundamental.

    2. Dinámica de grupo y emulación

    En todos los casos que conocí, se estableció una dinámica de grupo que exaltaba la calidad de vida monástica vivida aquí: “nosotros tenemos vocaciones”, “nosotros somos fieles”, “nosotros tenemos la luz”, esta dinámica lleva a todos a superarse, a ser generosos, a olvidarse en beneficio del todo, a no quejarse, etc. Todo esto es maravilloso y estimula a la santidad. Algunos hermanos o hermanas aprovechan este clima de emulación, pero otros, sin darse cuenta, se hacen atropellar, aplastar. Por un momento ellos sostienen que no tienen la fuerza para oponerse al grupo, ni la lucidez para hacerlo, pero cuando las fallas comienzan a manifestarse en el sistema, entonces engullen y denuncian los pliegues falsos. Esto es lo que estamos viendo en todos los casos que han aparecido en los últimos años.

    «El que no salta no es de María

    Me parece que este fenómeno de la dinámica de grupo también da a entender hasta qué punto el discernimiento sobre lo que está sucediendo en esta comunidad, y la posibilidad de intervención son muy delicadas. Por un lado, tenemos muchos hermanos o hermanas (a menudo una gran mayoría) que parecen sentirse muy bien en un clima que los estimula a la santidad, la comunidad es radiante, atrayendo vocaciones de jóvenes en busca de absoluto… por otro, tenemos algunos miembros que salen, denuncian gradualmente las deficiencias del gobierno, se dan cuenta poco a poco de los daños que ha causado en ellos.

    Lleva tiempo darse cuenta de lo que realmente está sucediendo y comprender que, aunque algunos se han sentido bien en este clima, fue profundamente perverso. Algunas personas están seriamente marcadas, a veces de por vida… algunas pasan por intentos de suicidio (y algunas veces han «logrado») … algunas pierden completamente su fe, tienen dificultades para perdonar ya sea a sus superiores que las demolieron, o ya sea a la Iglesia que permite que tales transgresiones continúen, y que las cubre, y se niega o duda en sancionar.

    Debe reconocerse que cuando uno está fuera de estas comunidades, es muy difícil percibir lúcidamente lo que está sucediendo allí: por un lado, se tienen frutos espirituales que parecen maravillosos (celo religioso, número de vocaciones, conversiones dentro o fuera de la comunidad, etc…) Por otro lado, tenemos algunas personas que se quejan de disfuncionamientos cuya autenticidad nos resulta difícil de aceptar: de tal modo sería grave y hasta parece desmedido. Al intervenir con fuerza, uno tiene miedo de «tirar al bebé con el agua de la ducha» y de hacer más daño que bien.

    3. Víctima y cómplice

    En este proceso, se comprende, es el «sistema» en sí mismo que está viciado. El equilibrio de fuerzas, relaciones, hace que toda la comunidad participe en este impulso hacia la santidad… pero que sigue siendo una “santidad a fuerza de brazos.” El superior da el tono y todo el mundo lo sigue, nadie se atreve a hacerse preguntas sobre la legitimidad de esta o aquella práctica, es uno mismo el que está equivocado, se dicen. Y si se nota que otro hermano, u otra hermana, muestra signos de “debilidad”, nos apresuraremos a alentarlo a redoblar sus esfuerzos y no dañar a la comunidad, a su reputación, a la unidad “tan hermosa” entre todos.

    ¡Se percibe que todos son a la vez víctimas del clima del entorno y cómplices! Todos son víctimas, porque nadie tiene los medios para quejarse, para expresarse de manera diferente a la posición oficial. Si alguien lo hace, se le devuelve el imperativo de su propia conversión personal…

    Todo el mundo es cómplice, porque a tal punto está amoldado por la dinámica de grupo o por las manipulaciones del superior, que él mismo lleva esta mirada de juicio sobre las mínimas separaciones de los otros o sobre sus manifestaciones de debilidad, o simplemente sobre las reivindicaciones de su humanidad, y él se la sabrá significar.

    Todo el arte del manipulador es mantener a sus presas para que también participen también ellas, “libremente”, en el clima ambiental… de ahí la dificultad que se sigue de reconocer la verdad cuando comienza a despuntar… Se ha participado en el mal, es difícil aceptarlo. Se lo ha hecho de buena fe, confiando en los demás, y luego los frutos nos convencieron de nuestro buen derecho. Por lo tanto, es más fácil, especialmente en un entorno cerrado, rechazar la luz que está comenzando a aparecer que plantear ese cuestionamiento…

    4. La sucesión a lo idéntico

    Entonces surge la pregunta: ¿los que salen sólo lo hacen porque no tienen “vocación aquí”, pero los otros que parecen florecer en este clima podrían permanecer?… Uno fácilmente se sentiría tentado a decirse a sí mismo: “¡Déjenlos vivir lo que quieren vivir, y lo que les conviene!” …

    Salvo aquellos, probablemente menos numerosos que tendrán consciencia de la manipulación pero que no tienen los medios de oponérsele.

    Esto sería olvidar que cuando una autoridad funciona como un gurú, da este ejemplo de gobierno. Sus sucesores, no experimentando otra cosa, actuarán de la misma manera (y a menudo aún de modo más radical… por voluntad de mimetismo llevado al extremo, y por inquietud de fidelidad al fundador). En cuanto a aquellos que permanecerán subordinados, en este sistema toda la autoridad, todo el discernimiento, viene de “la cabeza”, lo otros no hacen más que seguir. No aprenden a discernir ellos mismos a donde el Espíritu los impulsa. No aprenden a vivir como hijos o hijas de Dios.

    Estamos muy lejos del maravilloso capítulo 3 de la Regla de San Benito, que defiende que “siempre que haya algo importante que decidir”, el abad reúne a toda la comunidad, expone él mismo lo que se tratará, luego escucha a cada uno de los hermanos para percibir el Espíritu, porque Él puede hablar por todos, incluso los más jóvenes, siempre que hablen con humildad y sumisión. Entonces el abad decide personalmente y todos se someterán a él en una actitud de fe.

    San Benito forma hijos e hijas; no un gobierno demasiado piramidal, demasiado autoritario, donde todos piensan como la cabeza al igual que Babel: “¡Vamos! Hagamos ladrillos y cocínenoslos en el fuego (…). Construyamos una ciudad y una torre cuya cumbre esté en el cielo, y hagámonos un nombre” (Gén 11,1-4). Todos querían llegar a Dios por un único pensamiento, una única voluntad, un único trabajo… Pero Dios es Trinidad, es decir la unidad en la diversidad de Personas… por lo tanto no se va Dios por la uniformidad, sino aprendiendo a respetarse y amarse mutuamente en la diversidad. ¿No sería esa la razón por la cual Dios habría esparcido a los hombres que querían alcanzarlo por la fuerza de la uniformidad? No es este el modo por el cual por el cual uno se acerca a Dios, no es una buena vía. Para asemejarse a Dios, se debe aprender a amarse mutuamente en la diversidad de personas, caminando todos hacia el mismo objetivo.

    Esto puede ser un signo importante para identificar: ¿la comunidad aspira a formar una unidad en la diversidad de las personas, o una uniformidad? Esto último será ciertamente muy efectivo en muchas áreas, será atractivo para los jóvenes, pero ¡no es así que es la imagen del Dios Trinitario! Las parejas lo saben bien: para durar, los cónyuges deben aprender a acoger y respetar sus diferencias, al tiempo que ponerlas al servicio del bien común buscado.

    Me parece que la trampa de la unidad-uniforme es una característica de las comunidades en funcionamiento sectario. Para los hermanos o hermanas, es bueno sentir que su comunidad está unida, también es tranquilizador y hasta parece una señal de que el Espíritu Santo está obrando. Entonces, no se atreven a posicionarse de una manera diferente pues parecería ser una señal de orgullo excesivo… Y luego, cuando se duda, otros se encargan de recordar que no se debe quebrar la unidad de la comunidad. Se recuerda que la comunidad no es entendida en el exterior, que a veces es “perseguida”, y esto puede llegar hasta una “persecución por parte de la Iglesia.” Por lo tanto, no hay derecho a debilitarla con una mirada diferente de la opinión general, etc… Finalmente, se olvida que la verdadera comunión no borra la diversidad de puntos de vista, sino que los integra en una visión más amplia y más rica. Pero es importante que la diversidad se pueda expresar: por supuesto no debemos llegar a la cacofonía, pero una verdadera armonía es capaz de integrar la diversidad reconociendo la riqueza de cada uno. Tal clima es un signo de buena salud comunitaria.

    Por eso es indispensable intervenir, incluso si los hermanos o las hermanas parecen acomodarse con un tal funcionamiento que llega hasta a aplastar personas en provecho de una apariencia de unidad, pero que no es más que uniformidad… Tal sistema, tal pedagogía no forma hijos o hijas de Dios, no está construida a la imagen de la Santísima Trinidad.

    5. ¿Cómo escapar de este confinamiento?

    Es comprensible que será extremadamente delicado y, en cualquier caso, no hay dos comunidades que funcionen de la misma manera, ni reaccionarán de manera similar a las intervenciones de la Iglesia. Solamente me arriesgo a expresar una doble convicción: requerirá tacto (digitación) y firmeza…

    Tacto para esperar el momento de intervenir, porque si lo hacemos demasiado pronto, aunque la uniformidad parezca perfecta, la comunidad no podrá escuchar a las críticas de una manera positiva. Encerrada en su burbuja, interpretará los menores intentos de cuestionamiento como un ensañamiento por parte de la Iglesia que martiriza a sus hijos más fieles. Estos sólo siguen a su Maestro y los reforzará en su posición de que están en el camino correcto. El resultado de esta intervención corre el riesgo de ser un refuerzo de la clausura que camufla ante las miradas del exterior y protege la vida interna.

    Firmeza desde el momento en que los defectos objetivos se han revelado. Ahí parece indispensable que se diga una palabra de autoridad, que claramente denuncie tal o tal otra falla, permitiendo así que las víctimas reciban esta luz a partir de la cual puedan recuperar la confianza en sus sentimientos y comenzar a reconstruirse. Mientras no se haya formulado esta palabra, es muy difícil para quien vive en un entorno cerrado, creer que uno tiene razón frente a todos los demás miembros de la comunidad que parecen estar tan unidos. Pero si una palabra de autoridad denuncia un punto, a partir de ahí, la luz podrá abrirse un camino en las almas y las psicologías, permitiendo poner al día otros aspectos negativos, etc… Se podrá comenzar a tomar un punto de inflexión.

    Tengamos en cuenta que no se trata de rechazar todo lo que se vive en esta comunidad, ciertamente había cosas buenas, y tal vez estas eran muchas, pero hay algunos falsos pliegues que se pueden mostrar destructores para las personas. Estos son los que deben ser detectados y erradicados. Y a menudo, la curación no puede venir sino del exterior, de la Iglesia en tanto que es Madre y Maestra. Dentro de la comunidad, la libertad de juicio ha abdicado con demasiada frecuencia delante de esta o aquella presión, la lucidez ha sido extinguida a golpes de autoritarismo personal o comunitario, los malos hábitos han sofocado el deseo de una vida diferente… sólo una intervención externa será capaz de reorganizar la vida para formar personas libres que busquen seguir a Cristo.

    Una gran dificultad radica en el hecho de que la Iglesia, que mira estas comunidades desde el exterior, sólo ve lo que se le quiere mostrar… la mayoría de las veces, lo positivo. Pero esas comunidades parecen radiantes, jóvenes, dinámicas, exigentes en santidad… y en el mundo de hoy, es reconfortante conocer tales lugares espirituales. Eso hace bien, y uno no tiene deseos de saber que todo eso no es tan hermoso como parece. Necesitamos saber que hay lugares donde la santidad, la pureza existen en nuestro mundo… y no estamos preparados para aceptar que precisamente esta comunidad que se la considera modelo, no es tan, así como se la cree. Un fenómeno de protección psicológica se establece en nosotros que nos impide aceptar la realidad cruda que se nos quisiera revelar. Esta es la negación, una reacción frecuente ante alguna cosa demasiado fuerte, demasiado violenta, que nos resulta difícil aprehender. A veces hace falta mucho tiempo para que nuestras certezas anteriores se desvanezcan y dejen lugar a la fealdad de la realidad. Entonces, tendemos a mitigar los hechos, a buscar excusas… la verdad duele mucho, es demasiado frustrante, lleva tiempo poder escucharla…

    Además, la verdad necesita medidas de sanción, de reorganización, y uno tiene miedo de hacer demasiado al respecto, de romperlo todo, de hacer más mal que bien… entonces se vacila… ¿Se trata de cobardía? ¿De realismo prudente? ¿De sabiduría pastoral?

    ¡Qué difícil es tener una luz sin defecto en estas situaciones! Cuidemos de no juzgar a los que no reaccionan como nosotros. Por otra parte, ¿no recomienda Jesús dejar que las malas hierbas crezcan en el campo de trigo, recordarán algunos, efectuando más tarde el discernimiento…? Esto es cierto a nivel de individuos, pero al de las instituciones, ¿se puede dejar que un sistema profundamente vicioso, que quebrará a otras personas, siga existiendo?… Se impone a veces la necesidad de mostrar lucidez y valiente determinación para denunciar lo que es inaceptable, y tomar medidas que permitan que otras personas ya no sean destruidas por un sistema defectuoso: denuncia clara, alejamiento del manipulador, cambio de la cabeza de la comunidad, reajuste de las constituciones, etc…

    En algunos casos en los que la influencia del fundador ha sido particularmente significativa, estas medidas se mostrarán insuficientes. Tendrán que ser respaldadas por la presencia de algunas personalidades sólidas en el seno mismo de la comunidad (o congregación), impuestas por la Iglesia, para sentir el clima que se vive y para ayudar a cada uno a asumir el giro que se impone. En ausencia de esta medida radical, el pliegue falso está tan impregnado en las mentalidades que no cesará de mantener su presión para recurrir al antiguo funcionamiento. No se logrará apartarse completamente de él. Pero retomaremos esto más adelante.

  • Capítulo 4: Pequeña radiografía de la mentira

    Capítulo 4: Pequeña radiografía de la mentira

    Continuamos ofreciendo resúmenes del libro prohibido 

    1. Una mentira puede ocultar otra mentira

    Muchos niveles de mentiras pueden ir anidándose y las más visibles no son las más serias.

    Una joven monja deja la comunidad. La priora anuncia: La hermana N. ha sido enviada a otra casa. A las pocas hermanas que saben la verdad les explica: Digo esto para no perturbar a la comunidad.

    La primera afirmación, explícitamente contraria a la verdad, cumple perfectamente la definición de mentira: decir algo falso sabiendo que es falso. Tenemos una mentira en palabras, fácil de identificar. Mientras uno permanece consciente de que es una mentira y por lo tanto que no debería haber dicho aquello, el mal no es irreparable, un día u otro se puede corregir. Si el mal es llamado mal, es posible una conversión.

    La segunda afirmación: Digo esto para no perturbar a la comunidad, nos lleva a una gravedad muy superior porque esta vez se justifica la mentira. Una mentira que nos escapa, no tiene consecuencias muy graves si al menos tomamos consciencia que es una mentira. Incluso si no tenemos el coraje de desmentirla, al menos nuestra conciencia permanece intacta. Desde el momento en que uno trata de justificar la mentira, uno comienza a oscurecer la conciencia, el sentido de la verdad es atacado. ¿O quizás ya se ha perdido la conciencia de que se trata de una mentira?

    Tanto más que esta afirmación tiene grandes chances también de ser una mentira, pero más oculta porque está camuflada por una verdad a medias: no es inexacto que queremos evitar perturbar a la comunidad, pero ¿es esto todo? En realidad, el propósito de la mentira ¿no es ocultar a la comunidad un
    evento vergonzoso porque empaña la imagen idílica, la fachada impecable que a uno le gustaría mantener? En resumen, ¿no será que sobre todo se tiene miedo de que la comunidad se ponga interrogantes?

    Si eso fuera cierto, entonces tendríamos un tercer nivel de mentira: la intención de mantener a la comunidad en la ignorancia de aquello que es negativo. Mientras solo sea un error por sorpresa y más tarde reconozcamos abiertamente la realidad, no hay consecuencias. La admisión de la mentira es, a
    su manera, un testimonio de la verdad. Por el contrario, si el proceso se vuelve habitual, se entra en el fraude serio y probablemente en la manipulación. Cultivamos una fachada para atraer o retener a las personas, para valorizar la comunidad al precio de un camuflaje de la realidad.

    2. La más perniciosa es la más oculta

    Remarcaremos la graduación:

    1. La hermana N. fue enviada a otra casa. Mentira en palabras, muy visible, pero la menos seria. Se la puede corregir fácilmente, solamente requiere un poco de coraje y sobretodo el sentido de la verdad.

    2. Digo esto para no perturbar a la comunidad. En palabras, es solo una media mentira, pero esta vez es el verdadero sentido de la verdad el que es atacado.

    3. El tercer grado es el más oculto porque no se expresa en palabras sino en una forma de ser, o más bien de aparecer. Y cuando nos acostumbramos a aparecer lo que no somos, ya sea personalmente o a nivel de una comunidad, o de un instituto, ya no se anda más en la verdad, se ha tomado el hábito de vivir en la mentira.

    El contra-testimonio es impresionante cuando se pretende ser discípulos de Aquél que murió por decir la verdad. Los jóvenes no se equivocan: muchos de los que salieron de los institutos marcados por este defecto, salieron «por mentiras.” Cuando vieron que estaban siendo engañados, se sintieron traicionados.

    3. Cómo se pierde el sentido de la verdad

    No lo idealicemos: ¿quién de nosotros puede jactarse de vivir enteramente en la verdad? Sin embargo, hay un criterio simple para ver dónde uno comienza a cruzar los límites de lo que se vuelve grave: que las mentiras se nos escapan, que no tenemos el coraje de decir siempre la verdad, es humano.
    Pero mientras lo sepamos, siempre que lo percibamos como un camino de conversión, el progreso es posible y, sobre todo el sentido de la verdad no ha sido alcanzado o sólo superficialmente. A partir del momento en que se comienza a justificar la mentira se entra en un espiral que puede llegar hasta profundas perversidades.

    También debemos recordar que el Príncipe de la mentira conoce su negocio y que sabe perfectamente que una pequeña mentira que se la justifica es para él una primera victoria. Se ha realizado una brecha, bastará con ampliarla gradualmente, como lo enseña la experiencia de la rana.

    Un equipo de investigación hizo un experimento con una rana. La tomaron y lo arrojaron a una olla de agua hirviendo. La rana naturalmente tuvo un reflejo salvavidas y saltó instantáneamente de la olla. Salió un poco mareada, tal vez un poco chamuscada, pero viva. Luego tomaron la misma rana y la pusieron en una cacerola de agua fría. Comenzaron a calentar el agua lentamente. ¡Y la rana terminó cocida! Porque en ningún momento un indicio brutal la hizo reaccionar. Ella se fue aturdiendo poco a poco hasta que perdió la conciencia del peligro.

    Así se van formando las mentiras. Comenzamos con una pequeña mentira, justificándola. Si ésta fue justificada, ¿por qué no lo será la que es un poco más grande? Sabemos que una mentira entraña otra. Finalmente venimos a justificar cualquier cosa.

    Nemo fit repente pessimus. Nadie se pone muy malvado de repente. Más prosaicamente, un conocido proverbio dice: «Quien roba un huevo roba un buey.”

    En cuanto a la justificación de la mentira, otro proverbio dice: A fuerza de no vivir como se piensa, se termina pensando como se vive. Y al acostumbrarse a justificar pequeñas mentiras, se termina perdiendo el sentido de la verdad.

    Tenemos ante nosotros un terrible ejemplo de este fenómeno de progresión. En el momento de debates sobre el aborto, hace cuarenta años, se presentaron situaciones de angustia. Algunas voces habían anunciado que el aborto se consideraría normal, y que seguirían la eutanasia y la eugenesia.
    Habían sido tachados de manifiesta exageración, incluso de fanatismo. Hoy vemos que fueron proféticos.