Cuando la Santa Sede prohibió al Instituto del Verbo Encarnado (IVE) admitir nuevos novicios, no fue un gesto menor: se trató de una medida extrema frente a los abusos, el control totalitario y la manipulación psicológica que pesan sobre esta congregación. El mensaje era inequívoco: sin noviciados, no hay nuevos religiosos.
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