Balance: cómo están las cosas



Posición 1: lo que pasó es verdad, pero la cúpula está llena de progresistas. Nos quieren destruir. No hay que denunciar para «no hacerle el caldo gordo a los progres».


Es la misma actitud hipócrita que denunciaba Lanata sobre la zurda. «No, no hay que decir nada, que le hacemos el caldo gordo a los fachos». Es lo mismo. El problema no es el contenido ideológico o veritativo del programa doctrinal: el problema es la actitud mental. La política queda por encima de la verdad y, en estos casos, por encima de la persona. En términos prácticos, ello se traduce en una consolidada hipocresía institucional. Es también parte de lo que denunciaba Castellani con sus Panchampla (panza-amplia, por las comilonas) y sus el-Irreprochable (es decir, los «intocables-impolutos» de los cuales por definición hay que hablar siempre bien, porque jamás hacen algo que esté mal. Son el bien por esencia).

En el fondo hay un error en la comprensión del bien común; lo que es una dimensión cualitativa se convierte en una perspectiva cuantitativa de «parte-todo». La consecuencia es muy clara: «que las víctimas se aviven, querido, y no digan nada, que den vuelta la página y se den cuenta de que hay cosas más grandes en juego». Es decir: «Mejor que muera un hombre por el pueblo». Así, hasta el imbécil de Caifás puede profetizar.

Por supuesto: los ultra-católicos-que-dicen-tener-sed-de-santidad se rehusarán a verse identificados en este cuadro, sobre todo a partir de la evangélica cita. Es parte del mismo esquema mental: una profunda, radicada y difícilmente removible esquizofrenia institucional.


Posición 2: que juzgue la cúpula.

Es una posición correcta en un sentido, falsa en otro. Correcta, si es real. Falsa si es un simple «escamotage», una excusa para algo que no se realizará jamás. En efecto, muchos de los que afirman la posición 2, después pasan a decir que los que han recurrido a la cúpula son traidores, que atentan contra el bien de la institución, etcétera.

Es decir, «que juzgue la cúpula… pero no hay que darle los datos para que juzgue». Y se completa con: «y su juicio será acertado solamente si coincide con lo que pensamos nosotros».


Posición 3: son calumnias.

Es la posición que ha sido abiertamente propagada por el oficialismo, tratando de crear convicción de ello en todos los niveles, sobre todo en el nivel de seminarios, de recién-ordenados y, cuándo no, azulygris.

Por supuesto: ¡es un santo! Y, como a todo santo, le corresponde ser calumniado y perseguido.

Cuando a esta tesis, absurda y refutada por los hechos, se le proporcionan pruebas en contra, la posición se radicaliza. Entonces las víctimas se convierten en «victimarios, perseguidores, calumniadores, gente gobernada por el mal espíritu, malos religiosos, desobedientes, gente impresionable» y un largo etcétera.

        El único argumento con el que se sostiene esta posición es la voluntad. La voluntad de creer que «lo que dicen no es verdad».

La mentalidad de fondo es la de la «persecuta paranoica». Nos persiguen porque… (bajito-bajito…) somos los mejores, o sea, «la rompemos». Porque estudiamos (?) a santo Tomás (?), a Cabro (?), latín (?), al magisterio (?), porque usamos (?) sotana.

Es un poco como las mujeres cuando les entra la paranoia de la «violencia de género»: cualquier cosa que se les diga, es violencia de género. Si les refutás un argumento, es violencia de género. Si no entrás en la discusión, es violencia de género. Si les hablás, es violencia porque no les respetás su silencio; si no les hablás, es violencia porque no las considerás.


Posición 4: es verdad pero no fue para tanto, y es una estupidez hacer lío por esto. Se nos va todo a la m… por culpa de estos b… que hacen lío. Hubieran hablado con los Superiores y todo se arreglaba.

Esta posición se cae por sí sola.

1) Hablaron con los Superiores y nada se arregló. Al contrario.
2) La culpa de que se vaya todo a la m… no es de los que hablaron, sino de quien cometió estas cosas y de quien procuró esconderlas.
3) Es para tanto. Se escuchó por ahí… «bueh, fue nada más que un beso en el cuello». A ver, «apretarse una mina» contra la pared, empezar a mordisquearle el cuello… parece como que es bastante y que es el inicio de algo a menos que la muchacha ponga un freno, ¿no?

Ahora bien, si ya es cosa pesada con una piba… ¡ni pensar lo que sería con un pibe! Procurar diluir la importancia de esto es realmente una cosa absurda y demuestra que quien lo hace está sacando lo peor de sí.


Posición 5: es verdad, pero si la cosa salta se nos van a ir las vocaciones.

Ah bue… ¡Era ésa entonces la visión tan sobrenatural de las vocaciones?

Es decir, según esta gente hay que mantener a las vocaciones «engañaditas», o sea, que sigan pensando en la santidad impoluta de quien habría dado origen a todo este movimiento y en la transparencia incomparable de quienes desde hace años, con sabiduría y firme estabilidad –en el sentir de ellos mismos, obviamente–, lo llevan adelante.

Y hay que mantenerlas engañaditas porque, si se llegasen a enterar de cómo son las cosas: 

        1) perderían confianza en los superiores, 
        2) perderían la vocación.

La respuesta es muy clara: la confianza no es algo que se decreta. Cuando alguien entra, por cuestión de dinámica natural y también sobrenatural, deposita su confianza en los superiores. La cosa es relativamente fácil y espontánea durante el período de formación. Cuando después la persona empieza a vivir la vida real, a conocer la realidad, y ve que la fueron «macaneando», que le fueron y le siguen «segmentando» la información, ocultándole elementos importantes y de peso para las decisiones que le corresponde tomar personalmente, entonces, todo comienza a descascararse y, naturalmente, se pierde la confianza. La única posibilidad que tiene un superior de que el súbdito la recupere es ganándosela: la confianza es algo que resulta de un ejercicio de buena voluntad que incluye necesaria y constitutivamente la transparencia, y no de un decreto. Se la gana, no se la decreta.

El problema es que, justamente, han sido ellos quienes, por su manera tortuosa de operar, han causado la falta de confianza. Y cuando todo se destape… peor aún.

Además, la vocación no depende intrínsecamente de la figura de un personaje. Si así fuese, habría que reexaminarla, y eso vale en todos los casos.

Y en última instancia, que cada uno se haga cargo de la propia vocación. Escamotear la verdad para que no se me vacíe el gallinero es realmente una forma de «secuestro teológico» y un vil avasallamiento de la personalidad.

*    *    *


La hoja no estaba firmada, pero fr. Jeronimiano me la leyó sin ocultar, dentro del marco de tristeza y lo grave de la situación, cierto regocijo. La había encontrado haciendo la limpieza de los pasillos; evidentemente se le había caído a alguno de los frailes. Para fr. J. era un signo de esperanza.

        –«Pero mirá qué clara que la tiene este tipo –me dijo–. Es cierto que las tesis no son totalmente opuestas entre sí y que en algunos casos hay personas que sostienen dos o tres de ellas a la vez. Pero el que escribió esto piensa bien. Tiene orden mental. Distingue. Obviamente en Transylvania no estamos solos».

 Fr. Juan del Monte


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