Antes que nada, tenemos que reconocer que existe una especie de círculo
vicioso. Quien no lo haya percibido, no podrá mucho menos librarse de él.
Por lo tanto, hoy quisiera ayudarles, tanto a darse cuenta de este
engaño, como a seguir la flecha segura para salir y obtener una vida feliz,
plena y libre.
Porque no te hacen santos, ni mucho menos te brindan un estilo de vida
saludable en este mundo.
Muchos testimonios, abundantes realmente, me llegan de personas que
recién cuando han logrado salir de dicho instituto, encontraron la paz y la
libertad. Yo mismo soy un testigo de esto.
Pero, repito, imposible será salir del círculo, si primero no lo
advertimos.
¿En qué consiste este supuesto círculo?
También me gustaría explicarlo como una ecuación: a mayor obediencia
ciega, menos capacidad de reacción.
Explico:
Este círculo en el que corren tantos religiosos y religiosas de buena
voluntad, usa de base un anhelo noble, que es el de ser santos. Dicho deseo,
lamentablemente, es usado por los superiores para que continúes en tu círculo,
y cuanto más lo corras, menos te darás cuenta de que has corrido en vano. He
aquí una perfecta herramienta para la manipulación.
El religioso y la religiosa, va a querer seguir en esta carrera, y será
proporcional a su noble deseo de santidad. ¿Dónde radica la trampa?
El problema consiste en absolutizar la virtud de la obediencia,
llegando incluso, a veces sin darse cuenta, a reemplazarla por la caridad, la
cual sí es la esencia de la santidad.
La rueda del círculo vicioso te lleva a que, cuantas más dudas tengas
sobre realidades que te rodean, de tu propia congregación o sobre tu propio
fundador, más te empeñes en no desviarte ni un centímetro a lo que te mandan,
puesto que en ello consiste la “verdadera” santidad.
Te dirán que “el que obedece no se equivoca”, y que la santidad
consiste en cumplir la voluntad de Dios. La voluntad de Dios se expresa en la
de tus superiores. Por lo tanto, obedecerles sin cuestionar, es lo más parecido
a la santidad.
No importa si en esta rueda cada día más tortuosa y cansadora, dicha
obediencia ciega invade y viola el espacio de tu conciencia. Peor aún: si dicha
obediencia fuese contra la caridad fraterna. No importa. Porque lo que te han
metido en la cabeza durante muchísimo tiempo es que, “obedeciendo te santificás”.
1.
Quiero ser
santo.
2.
Para ello,
tengo que cumplir la Voluntad de Dios.
3.
Ésta se
expresa en lo que me dicen mis superiores.
4.
Ergo: seré
santo en la medida que obedezca.
¡Simple silogismo!
¡Ojalá siempre se nos mandasen cosas que no contradigan la Voluntad de
Dios! ¡Ojalá!
¿Pero si no es así? ¿Y si la caridad quedase comprometida en este camino
de santidad? ¿Y si mi conciencia me lo impidiese? ¿Y si la recta y simple razón
me dijera lo contrario? ¿Y si Dios me dio la inteligencia para usarla, pero
aquí no puedo?
¿Existirá algún círculo vicioso más tortuoso que éste?
Cómo hago para escaparme
Todo círculo es cerrado en sí mismo. Por eso, para salir de él, es
necesario romperlo.
He aquí entonces la clave definitiva: animarse a romper esa barrera
que me impide pensar y analizar las cosas, absteniéndome al menos por un
instante de la línea que me han bajado mis superiores. ¿Acaso mi inteligencia
no es mía propia? ¡Quiero usarla!
Cuando alguien se arma de coraje y se permite pensar, sólo eso:
se permite pensar… entonces el círculo comienza a aflojarse y a dejarse
romper.
Pensar. ¿Pero pensar en qué?
Justamente, recién ahí comienza el proceso. Ese sería sólo el primer
paso.
Pensar para rezar. Quien diga que el orden es al revés, yo le retruco diciendo
que, si no te decides, con un acto de tu voluntad, a pensar distinto, nunca
comenzarás a pedir lo correcto en la oración.
Claro que la oración es importante, y realmente fundamental. Pero es que
estamos hablando de salir de un tortuoso círculo muy cerrado en el que hemos
estado quizás muchos años, incluso rezando adentro del mismo. Sí. Rezando
dentro del mismo, metiéndonos cada vez más en esta lógica cerrada del círculo
del que queremos liberarnos. Y no nos hemos dado cuenta.
Rezábamos pidiendo ser obedientes. ¿Hay alguna posibilidad de salida en
esa mentalidad?
Por eso: Pedir a Dios la luz y la fuerza para empezar un proceso
de pensamiento libre. Y pedirlo con libertad; sin miedo. Sin temor a estar
pecando de “juicio propio”. Con la tranquilidad de estar agradando a
Quien te obsequió con el don más grande: tu inteligencia.
Luego, tendrás que armarte de coraje y perseverancia para no desistir en
el intento y no regresar al pensamiento del hámster. Deberás seguir; seguir así
por un buen tiempo.
Quisiera aclarar, antes de continuar y que se haga demasiado largo, que,
por cierto, cada caso es distinto. Lo que acabo de expresar es, sí, mi
experiencia. Y pienso que se puede aplicar a muchas personas que entenderán lo
que estoy describiendo.
Si no hay valentía en el proceso, el círculo volverá a tomar fuerza y te
encerrará nuevamente, para que te vuelvas a convencer y autoengañar, en una
actitud por demás cómoda, de que estás haciendo lo correcto.
Pregúntate: ¿a dónde me llevaría obedecer siempre, a todo superior que
se me presente en la vida, por el resto de mi vida, renunciando a mi libertad
de pensar? ¿A dónde o a qué clase de “santidad” me llevará esta constante y
continua renuncia, por no decir suicidio?
Podríamos traer en nuestra defensa a tantos santos que, a lo largo de la
historia se vieron obligados no pocas veces a desobedecer. Hasta la misma Escritura,
San Pedro, nos dice que hay que obedecer a Dios antes que los hombres.
Cuán lejos está San Agustín de decir “obedece y no te equivocarás” … Por
el contrario, nos dice: “Ama y haz lo que quieras”. Cuán lejos está de
una ficticia e inimaginable “obedece y haz lo que quieras”. Es que no. La
caridad va primero. El amor está antes, y te da libertad. Siguiendo bien a San
Agustín, amando de verdad, obedeceríamos cuando hay que obedecer, y
desobedeceríamos cuando hay que hacerlo.
¡Hombre! Es que Dios no habla siempre y necesariamente por la voluntad y
palabra de tu superior o de tu director espiritual, sino, sobre todo, en tu
conciencia. ¡Sí! Es así.
Antes de ser religioso, antes de hacer voto de obediencia, tenías
conciencia primero. La conciencia es anterior. La conciencia es la verdadera
voz de Dios. Y cuántas veces, en este instituto te hacen obrar contra tu
conciencia.
Una vez yo visité a un cura amigo mío que había salido del instituto. Yo
estaba todavía dentro del círculo vicioso. Sin embargo, me había permitido comenzar
a darle la oportunidad a mi inteligencia de trabajar. Y volví al seminario a
contar con total inocencia, que había visitado a Fulano. ¿Qué me llegó en lugar
de la alegría que esperaba? Una cara seria del Provincial diciéndome que eso no
había que hacerlo, que era peligroso. Gracias a esta anécdota, mi rueda de hámster
comenzó a fallar.
Resumiendo, ya que la entrada de hoy no pretende ser interminable, lo
que quiero pedirles, por su bien, es que al menos se pregunten si en su vida espiritual
no existe este círculo que definitivamente no puede llevarme a la verdadera
santidad, la cual consiste, antes de absolutizar la obediencia, en practicar la
caridad, atreviéndonos a detenernos en el camino, sin seguir de largo, y ver
qué le pasa a mi prójimo, incluso cuando me mandasen no hacerlo.
Por el bien de muchos escribo este artículo. Espero que de verdad sirva
y que pueda ser muchas veces compartido para la libertad de muchos hermanos y
hermanas que lo necesitan.
Y, no se olviden: para poder comenzar a pensar se requiere:
¡CORAJE!
Luis de la Calle
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