Elena Sada: Mi vida en el reino de Maciel
Hija de una prominente familia de Monterrey, a los 19 años Elena Sada ingresó en el movimiento Regnum Christi, creado por el padre Marcial Maciel en 1959, del que también forman parte los Legionarios de Cristo. Fue una de las “consagradas” de esa organización, directora vocacional en Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, cuyo objetivo era reclutar “a la mayor cantidad posible de mujeres y niñas” para el Regnum Christi. A los 37 años escapó literalmente de la institución y se refugió en Manhattan, donde comenzó un proceso de reinvención lejos de la influencia de quien es considerado uno de los mayores depredadores sexuales del siglo XX.
Elena Sada cuenta su historia en Blackbird, una novela intensa, conmovedora, pero también optimista y con gran sentido del humor —que el próximo mes estará disponible en español Amazon, tanto en formato impreso como digital— de la cual habla en la siguiente conversación.
Tras 18 años logró escapar de la organización de uno de los mayores depredadores sexuales del siglo XX; ahora cuenta su historia en la novela Blackbird.
—¿Por qué elegiste la novela y no la crónica para contar la historia de Blackbird?
Elegí contar mi historia como novela autobiográfica y no como crónica porque, como lo veo, las historias no suceden cronológicamente, sino conforme el narrador va encontrando significado a los eventos del pasado. Y aunque mi historia comienza en el momento en el que dejo el Regnum Christi (RC) y me mudo a Nueva York, el lector pronto descubre que zigzagueo entre lo que viví en “la orden” y lo que Elena —ingenua, virgen, de 37 años— experimenta al salir. El zigzagueo es resultado de “descubrimientos”. Es por ello por lo que, a mi parecer, la novela se asemeja a la realidad más que la misma crónica. Además, escribí Blackbird, que en español se llamará Ave negra, cuando estudiaba mi doctorado y creo que lo aprendido sobre los métodos de investigación me ayudó a legitimar mi estilo narrativo de lo que en realidad fue autoetnografía —el tipo de investigación en la que el investigador se somete a sí mismo a un estudio sistemático y metódico.
—¿Cuál era tu trabajo en la llamada Familia Espiritual del Reino de Cristo?
Aunque trabajé en algunos colegios en Italia y en España, mi principal trabajo fue en Estados Unidos donde, además de ayudar a establecer colegios y centros de catequesis, fui directora vocacional en el país, además de serlo en Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Mi objetivo era reclutar a la mayor cantidad posible de mujeres y niñas dispuestas a seguir la vocación de consagradas en el RC. Recibí el título de directora vocacional y después de coordinadora de apostolados. Durante los últimos tres años me tocó también dirigir comunidades de voluntarias y consagradas.
—¿A qué te refieres cuando afirmas en tu libro que por tu trabajo podías considerarte a ti misma una tratante de esclavos más que una esclava, haciendo referencia a la expresión decimonónica blackbirding?
Blackbirding, de donde la novela obtiene su título, se refiere a la práctica de engaño relacionado a la trata de esclavos en el siglo XIX, cuando oriundos de África y algunas islas, bajo la promesa de una vida de oportunidades, eran transportados a tierras donde se les sometía como esclavos. Mi relato autobiográfico muestra mi lucha oscilando entre una identidad de víctima y la de agresora. La apropiación de cualquiera de estas identidades es muy dolorosa de aceptar, de ahí la lucha, y la comprensión de que engañé a cientos de personas, por haber sido engañada. La principal conexión entre el blackbirding y el RC es que, debido a la patología del fundador, la cual describo en el libro como abusiva y narcisista extrema, correlacionaba el valor de cada persona con su capacidad de “producir” nuevos adeptos. Esta objetivación de las personas lleva a la degradación, tanto dentro de una estructura socialmente “aprobada”, como el RC, como en una condenada, como lo es la esclavitud. De hecho, Marcial Maciel, el fundador del RC, llamaba “parásitos” a los que formaban parte del movimiento sin producir nuevos adeptos. De ahí que el ímpetu por reclutar haya constituido parte de nuestra identidad. Y al reclutar, fui tanto victima como agresora, victima porque fuimos engañadas, tan engañadas como lo fueron muchos de los que nos engañaron. Y víctimas porque se nos pedía más compromiso, trabajo y rigidez de lo que humanamente se les puede pedir a niñas de 16, o mujeres de 36 años. Víctimas, además, porque se nos amputaron nuestras más fundamentales conexiones, como la que nos unía a nuestra familia y amistades, hasta perder la posibilidad de confiar en nadie más que en la directora de la comunidad, de quien solo recibíamos migajas de lo que nuestro desarrollo emocional requería.
—Mencionas que blackbird también se refiere al pecado, ya que, como la serpiente, el pájaro negro es un símbolo del mal. ¿Cuáles serían tus pecados durante tu estancia en la organización Reino de Cristo?
Podría hablarte de los pecados que me hicieron pensar que había cometido. Como el pecado de querer vivir cerca de mi familia, o el pecado de querer tener amigas, el de sentir la atracción hacia algún varón, o el de despertarme por la mañana sintiendo el deseo de una pareja, de recostarme durante los únicos diez minutos de tiempo libre que teníamos por la tarde, o permanecer bajo el agua caliente más de un minuto al ducharme, el de comentar mi opinión sobre Maciel o sobre algún director pedante. Todo esto rompía alguna regla y, por consiguiente, era pecado. Sin embargo, mi verdadero pecado fue el de no escuchar mis necesidades ni creer en ellas —pues se nos convenció de que eran egoístas—; mi pecado fue justificar los abusos y creerme una ciudadana sin derechos. Mi pecado fue también de orgullo porque nos convencieron de que si Dios nos había elegido para la consagración era por ser mejores. Las escrituras se interpretaban según esta creencia: “A quien mucho se le da mucho se le pedirá” (Lucas 12:48), y porque la consagración era superior al matrimonio: “Las vírgenes del Cordero tendrán un lugar privilegiado en la eternidad” (Apocalipsis 14:4).
«Mi relato autobiográfico muestra mi lucha entre una identidad de víctima y agresora» (Archivo Elena Sada) |
—En el libro, tienes un sueño en el que el padre Maciel te invita a sentarte en sus piernas. Y tú afirmas al despertar: “pero él no me sedujo de esa manera”. ¿De qué manera te sedujo?
Maciel tenía una capacidad increíble de manipular y engañar a las personas y creo que solo quien ha experimentado ser víctima de un narcisista abusivo lo entiende. Estas personas tienen el mismo efecto que tiene el faro de luz en las presas durante la cacería: las encandila y disfraza el peligro de luz. Maciel nos hizo pensar que él era un santo y que gozaba de cierta clarividencia por su cercanía a Dios; una clarividencia no exagerada, para no despertar dudas, sino bastante sutil. Te convencía de que él sabía más de ti de lo que tú y tu familia sabían. De hecho, te manipulaba para que dudaras del juicio de tus padres. En mi caso, me abusó al aniquilarme, al extraer mi identidad, mis juicios, mis creencias, y sustituirlas por sus creencias. Me hizo creer que anhelos normales eran pecaminosos. En el libro relato un encuentro en el que me interrogó con morbo durante una confesión, y, de esa forma, abusó de mi inocencia. Y me abusó pues me hizo pensar que tenía vocación a la consagración, llamándome egoísta cuando dudaba de ésta.
—¿Se te impone el uso del cilicio o sólo te es sugerido después de que le confiesas al padre Maciel tus dudas con respecto a la abstinencia sexual?
El cilicio se me impuso como se nos imponía todo en el RC: se nos presentaba como deseo de los directores, y en el RC los deseos de los directores eran órdenes por representar la voluntad de Dios.
—¿En qué momento la figura de tus superiores dejó de ser la representación de la voluntad de Dios? ¿Qué fue lo que te dio fuerza para aceptar ese pensamiento?
Creo que, a pesar del sentimiento de culpabilidad, llegué a desconfiar en mis directores como intérpretes de la voluntad de Dios gracias a tres situaciones. La primera fue cuando mi padre tuvo una embolia; los directores no me lo dijeron hasta después de que regresé de un viaje en el que iba como responsable de un grupo de posibles candidatas. Cuando pedí cuentas, se me dijo que no querían que me distrajera. La decisión de los directores me pareció sumamente cruel y reflejo del espíritu de objetivación en el RC. El segundo momento fue cuando siendo directora y teniendo a una persona bajo mi cuidado, me percaté de la terrible depresión en la que ella vivía por creer que no tenía vocación; sin embargo, los directores del RC me indicaron que la “convenciera” de que sí la tenía. En esa ocasión desobedecí y me invadió la paz; la experiencia me ayudó a cobrar confianza en mi propio juicio como posible guía. La tercera, más que una situación, fue una condición: la madurez. Al cumplir los 35 años, me dejé guiar más por la paz que me producía la meditación y la lectura espiritual que por lo que indicaban los directores.
—En la introducción de Blackbird dices que mientras los laicos traten a los sacerdotes como humanos superiores, algunos de ellos adoptarán el rol de una casta superior, y tendrán la tentación de vivir al margen del orden civil. ¿Es nuestra culpa que los sacerdotes pierdan el piso y cometan crímenes?
No es nuestra culpa; los líderes de la Iglesia y los pederastas comparten esa responsabilidad. Sin embargo, por mi experiencia en el RC y en mi papel como educadora, he aprendido que la víctima no puede esperar a que los agresores dejen de agredirla para que ésta deje de ser víctima. Mucha de mi investigación —actualmente con niños inmigrantes en Estados Unidos— me ha llevado a introducirme en el concepto de “la abogacía de uno mismo”. Cuando no puedes controlar lo que te angustia, controlas lo que sí puedes influir. En este caso todos los seglares podemos contribuir si entendemos nuestro papel en este degenere. Sostengo que uno de los cambios que tienen que suceder en la Iglesia está en nuestras manos: tratar al sacerdote como un hombre y no como un superhombre, ya que, al tratarlo como superhombre, estamos inflando su ego y posicionándolo por encima de las leyes a los que todos nos sometemos. Sostengo que los seglares tenemos el poder de crear una infraestructura dentro de la Iglesia que coloque al sacerdote a nuestro mismo nivel. Con esto no desdigo el sello espiritual que el catolicismo atribuye a quien sigue el sacerdocio, simplemente afirmo que el sacerdote (ya sea párroco, obispo o cardenal) debe de saberse “uno más”, sometido a las mismas reglas a las que nos sometemos todos, y esto no pasará hasta que nosotros lo entendamos. Propongo, además, que es una cuestión de estructura: se trata de una estructura antiquísima que ha perdurado por una falsa interpretación de Evangelio: se dice que fue algo dictado por Cristo y que por tanto no puede ser cambiado. Yo quisiera que los católicos reflexionáramos en el Cristo que en su momento fue vanguardista, por tanto, esta estructura fosilizada es contraria al testimonio del propio Cristo. Pero al humano que tiene el poder no le gusta cambiar la estructura, al hombre le gusta el poder, es una tendencia y eso es a lo que me refiero cuando digo que nosotros posibilitamos su sentido de superioridad al tratarlos como superhombres: “que el padrecito no tenga que lavar los trastes, o cambiar pañales o ganarse el pan con el sudor de su frente como lo hacemos todos y pregonó San Pablo; qué barbaridad, ¿cómo le vamos a pedir eso al padrecito?” Y hacemos siempre lo que dice el “padrecito”. El sacerdote que entiende auténticamente el sacerdocio entiende lo que digo —y si hay algún sacerdote que lea esto y no está de acuerdo conmigo, me encantaría que me lo dijera. Algo que me ha otorgado la cátedra es amar las buenas discusiones.
«Al humano que tiene el poder no le gusta cambiar la estructura». (Archivo Elena Sada)
—“La obediencia de tercer grado es la más perfecta porque es aquella en la que tú actúas y piensas como aquel a quien amas, pero además él actúa y piensa de la misma forma en que tú lo haces porque verdaderamente te ama sobre todas las cosas. Hasta el final has hecho lo que yo he querido, y yo, hasta el final, he hecho lo que tú deseabas que yo hiciera”. Esta frase extraída de la película La obediencia perfecta, ¿te dice algo?
Siento repugnancia al escucharla, al recordar cómo Maciel violaba a niños con la bandera del amor. Y para llegar a ese grado de abuso, Maciel preparó el camino, lo allanó para que todos estuviéramos dispuestos a hacer cualquier cosa por él. Ya con esa confianza, elegía a ciertos niños para violarlos sin violencia, por la plataforma de la obediencia que creó. En el RC la obediencia que se nos imponía era absoluta, teníamos que seguir a rajatabla las indicaciones y los deseos de directores sin entrometer nuestro juicio, pues el hacerlo iba en contra de ese “actuar y pensar como aquel a quien amas”. En el RC se te pedía que cedieras tu juicio, y que llegaras a verlo todo —hasta lo mínimo— como el director lo veía; pero no para enriquecer la percepción, sino para ceder y sustituir tu juicio por el del superior. Y eso es anular tu propia visión, tu experiencia, tu propio pensar y tu identidad. Eso es grave no solo porque va en contra del desarrollo natural y sano de la persona humana, sino porque una vez que alcanzas esa “meta de perfección” quedas a merced del narcisista. Se usaba a veces la imagen de la gota que al caer en el océano adquiere el poder y la grandeza del océano y se pierde a sí misma; sin embargo, ésta no es una analogía que corresponda acertadamente a la naturaleza del ser humano. La riqueza de la humanidad radica en la individualidad y en la capacidad de juicio de cada individuo, de cada persona. El que cada uno añada o aúne su propio juicio, y conciencia, y opiniones, cultura, antecedentes y experiencias a la fuente común de la humanidad. Todos juntos sumando a una totalidad mucho más rica, con sinergia, no por haberse fundido y perdido, sino porque cada uno prevaleció. Y tristemente, el peligro de “perderse” a uno mismo por malinterpretar el Evangelio (Mateo 16:25) prevalece más comúnmente, y con resultados igualmente devastadores, en muchos matrimonios.
—“Ustedes pueden culparme, pero no detenerme”, increpas metafóricamente a los objetos que encuentras en tu huida. “Lo lamento, padre Maciel —piensas—, pero esta noche he elegido vivir. Sus advertencias no me detendrán”. ¿Persiste ese sentimiento de culpa? La estructura de dominación de la religión católica se basa en la culpa. ¿De qué te sientes culpable?
Ya no siento culpabilidad alguna por haber dejado el RC. Tardé diez años en recobrar mi voz y darles significado a mis experiencias; sin embargo, una vez que las plasmé en el libro cerré el capítulo y solo me quedó el amor y el sentido del humor, lo cual creo que prevalece en mi narración. Es por ello que lo que cuento, más que ser un camino de abuso, es un camino de “reencontrarme” y “recuperarme”, muy alegre y hasta simpático. Las frases que citas creo que son reflejo de la adrenalina que sentí cuando huí, ya que debido a la experiencia que tuve esa noche —la noche con la que inicio mi historia— me invadió la necesidad de sobrevivir.
Los sentimientos de culpabilidad que me visitan de vez en cuando están relacionados con mi papel como madre soltera. En el libro explico cómo, por haberme casado casi inmediatamente al salir de “la orden”, me casé en estado de lavado de cerebro; después de formar una familia hermosa, mi matrimonio se derrumbó. La arquidiócesis no dudó en anularlo cuando supo de esos hechos. Sin embargo, lo que más desearía en el mundo es poder darles a mis hijos un hogar donde ambos padres estén presentes, y no tener que repartir su tiempo entre papá y mamá. A Dios gracias, los niños tienen un padre muy comprometido y como él y yo vivimos a dos kilómetros de distancia, los niños se han adaptado bien y se saben amados. En cierta forma, mi libro incluye cómo me recuperé también del matrimonio y del divorcio —aunque por respeto a mis hijos y a su padre no hago referencia directa a ello—. Creo que una persona que sufre la culpabilidad del divorcio puede encontrar alivio en mi historia.
—Cuando te ves en el espejo y te das cuenta de que estás en los huesos, piensas: “era consciente de mi inanición afectiva, pero no de la física”. ¿Qué detonó esa conciencia?
No solíamos tener espejos donde nos viéramos de cuerpo entero, así que, en esa ocasión, cuando me vi desnuda y vi mi estado de desnutrición comprendí que prefería pasar hambre de comida para no darme cuenta del hambre de afecto que sentía. Es como cuando te van a poner una inyección y aprietas una uña en un dedo para concentrarte en el dolor que puedes controlar. Así yo: me provoqué hambre para sentir más ese dolor que podía controlar, y no tanto el que me estaba matando y no podía evitar, el de las carencias emocionales.
«Tardé diez años en recobrar mi voz y darles significado
a mis experiencias». (Archivo Elena Sada) |
—¿Cuáles son los mecanismos y procedimientos de la Legión para reclutar gente y dinero?
Maciel nos entrenó con sus palabras y su ejemplo, y nosotros entrenamos a las generaciones más jóvenes. El planteamiento era: si la persona es líder social, económico o humano, o muy guapito o guapita, la persona solo necesita ser generosa para aceptar su llamado al RC. Entonces, si la persona tenía la idoneidad y la generosidad, su lugar era el RC, pues por algo Dios le había dado la idoneidad. Si te fijas, casi no había consideración de la voluntad o el sentir de la persona. Y para que la persona tuviera la generosidad, se usaban varias técnicas; se les explicaba que ingresar era lo más generoso y serían recompensados espiritualmente. Se les hablaba de los otros líderes en el RC, para que el networking les atrajera. Se convencía primero a la esposa y madre, pues tenía tiempo de ayudar al sacerdote glamoroso o bien entrenado en las relaciones sociales, o genuinamente amoroso. Se usaba mucho la artimaña de menospreciar a otras órdenes o grupos de la Iglesia que trabajaban promoviendo la justicia social, presentándolos como antagonistas de la unión de clases y de los objetivos de los grupos de dinero, y así los líderes económicos vieran a la Legión y al RC como un aliado. A mí se me entrenó para contar mi historia, sobre todo la parte donde Maciel me dice: “Sé tan generosa que quieras ofrecerle a Dios tu vida en el RC para que hagas cosas grandes por Él”. Creo que así fue como atraje a las Patty Hearst de mi época, y así, “engañadas”, entraron al RC en vez de encontrar otras formas más genuinas de promover el amor y la justicia.
—¿Qué fue para ti el padre Maciel, ¿qué fue para ti pertenecer a la Legión, ser una consagrada?
Maciel era un santo carismático elegido por Dios para renovar sociedades y transformar este mundo en un mundo de mayor amor y justicia. Cuando estuve consagrada, el RC fue tanto fuente de orgullo como de desdicha. Al salir, cuando me enteré de los crímenes de Maciel, al percatarme de los lastres de su patología en mí y en muchas otras, Maciel se convirtió en lo que siempre fue: un megalómano narcisista abusivo cuya patología alcanzó tal grado que construyó su propia realidad en la que legitimó chupar la vida de sus víctimas.
Esa etapa en mi vida es parte integrante de quien soy ahora, de ahí que la acepte con todas las lecciones que me otorgó. A las personas que amé durante esa época y que eran genuinas las sigo amando, y fuera de la orden algunas de ellas se han convertido en mis mejores amigas. Así que con eso me quedo, con lo que amé y aprendí.
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