El 3 de abril de 2025 murió el excardenal Theodore Edgar McCarrick a los 94 años. Su muerte cierra una etapa oscura en la historia reciente de la Iglesia Católica en Estados Unidos, pero también invita a volver la mirada hacia su entorno de protección, su red de aliados y beneficiarios. Entre ellos, una congregación que nuestros lectores conocen bien: el Instituto del Verbo Encarnado (IVE), fundado por Carlos Miguel Buela en Argentina en 1984.
La relación entre McCarrick y el IVE no fue superficial ni meramente diplomática. Involucró apoyo financiero directo, participación en actos institucionales clave, alojamiento compartido con seminaristas. Este artículo recopila fuentes públicas para examinar de forma crítica esta alianza.
Un benefactor privilegiado
El excardenal McCarrick fue uno de los benefactores clave del IVE en Estados Unidos. Según documentos revelados por The Washington Post, entre 2001 y 2018 McCarrick distribuyó más de 600.000 dólares provenientes de un fondo especial del arzobispado a diversas personas e instituciones. Parte de ese dinero fue destinado al IVE y a su fundador, incluso cuando ya circulaban denuncias de abuso contra ambos (The Washington Post, 2018).
En 2020, The National Catholic Register confirmó que McCarrick donó al menos 1 millón de dólares al IVE durante varios años, en un esquema de transferencia opaco. La congregación no negó el hecho y el Vaticano no tomó medidas para exigir la devolución de los fondos, pese a que el fundador del IVE ya había sido sancionado por abuso de poder y conducta sexual inapropiada con seminaristas adultos (National Catholic Register, 2020).
Un patrón de abuso: el grooming de seminaristas
El escándalo McCarrick se volvió internacional cuando en 2018 salieron a la luz testimonios de hombres que habían sido objeto de grooming —una forma de manipulación afectiva y espiritual— por parte del entonces cardenal. El modus operandi se repitió durante décadas: invitaciones a convivencias, presiones emocionales, tocamientos “afectuosos” no consentidos, y una estructura vertical que anulaba toda capacidad de defensa.
La investigación oficial del Vaticano, publicada en 2020, documentó cómo McCarrick compartía cama con seminaristas en casas de retiro y casas de playa, muchas veces sin que estos se sintieran con libertad de rechazar la situación (The McCarrick Report, 2020).
La relación con el IVE en este contexto se vuelve aún más preocupante: durante años, McCarrick vivió en la casa del IVE en Maryland, donde era asistido a diario por seminaristas y jóvenes sacerdotes del instituto. Según reportó Catholic News Agency, esta residencia le ofrecía “comodidad, anonimato y personal joven” que lo atendía, incluyendo traslados, comidas y asistencia personal (CNA, 2018).
Ningún testimonio ha vinculado directamente a seminaristas del IVE con casos de abuso por parte de McCarrick, pero la exposición prolongada de jóvenes en formación a una figura ya bajo sospecha plantea graves preguntas sobre la responsabilidad institucional del instituto.
Apoyos mutuos: ordenaciones y legitimación
En 2004, McCarrick viajó a Argentina para ordenar sacerdotes del IVE, a pesar de las crecientes denuncias internas contra Carlos Buela. En 2014, volvió a oficiar una ordenación sacerdotal del instituto en Buenos Aires. Estas ceremonias no solo fortalecieron los vínculos diplomáticos entre ambos, sino que también enviaron un mensaje de legitimación mutua: McCarrick seguía siendo presentado como una figura paterna, incluso “santa”, por parte del IVE, mientras el IVE se beneficiaba de su prestigio para expandirse internacionalmente (AICA, 2014).
El intercambio no era sólo simbólico: el IVE ofrecía hospitalidad, visibilidad y obediencia; McCarrick respondía con influencia, fondos y cobertura institucional. En ese marco, no es casual que durante años la Santa Sede ignorara las denuncias contra Buela, ni que el informe del Vaticano de 2020 sobre McCarrick omitiera toda referencia al IVE.
Dos biografías paralelas: Buela y McCarrick
Carlos Buela fue sancionado por el Vaticano en 2016 tras una investigación que confirmó “comportamientos sexuales inapropiados” con seminaristas adultos. Se le prohibió cualquier contacto con miembros del IVE y se le impuso una vida de retiro y silencio. Sin embargo, como con McCarrick, la medida llegó demasiado tarde.
Ambos clérigos construyeron sus carreras sobre una estructura de poder vertical, clericalismo exacerbado y manipulación de conciencias. Ambos cultivaron imágenes de caridad, ortodoxia y celo misionero, al tiempo que protegían dinámicas abusivas. Y ambos cayeron solo cuando el sistema que los sostuvo se hizo insostenible ante la presión pública.
Conclusión: una advertencia que no puede olvidarse
La muerte de McCarrick no cierra el caso. Si algo enseña su historia —y su relación con el Instituto del Verbo Encarnado— es que el abuso clerical no se sostiene solo por la perversidad individual, sino por redes de complicidad, intereses económicos y silencios estructurales. Mientras estas redes no se desmantelen, la posibilidad de nuevas víctimas sigue abierta.
El IVE, que aún hoy forma a decenas de jóvenes en distintas partes del mundo, debe rendir cuentas por su papel en esta historia. Aceptar fondos de un abusador, exponer a seminaristas a su influencia y colaborar activamente en su rehabilitación pública no son errores inocentes: son decisiones institucionales que marcan una orientación.
Lo que se juega aquí no es solo la memoria de las víctimas, sino el futuro de la Iglesia. Una Iglesia que no aprende de estas alianzas perversas está condenada a repetirlas.
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