Para las monjas: «El vínculo exclusivo»

Un apartado del capítulo 5 se refiere especialmente a las mujeres. Se titula «El vínculo exclusivo»

Lo compartimos hoy, sabiendo que va a ayudar a muchas servidoras.

«El vínculo exclusivo»

En el mundo femenino, tal situación corre el riesgo de convertirse en un matriarcado, más difícil de discernir que los excesos de autoridad en los hombres porque pasará además por la dimensión emocional, utilizada para mantener un vínculo fuerte pero exclusivo. Pero es precisamente esta exclusividad, constitutiva de la estructura piramidal, la que impedirá que el sujeto crezca. Por lo tanto, existe el riesgo de infantilización, que confirma a la madre en su papel de madre. Círculo completo.

El sentido del detalle, particularmente desarrollado en las mujeres, puede hacerle pensar que ella no ha dicho todo, incluso que ella no ha dicho la verdad si ella no le dijo todos los detalles. De la misma manera, la superiora femenina podría exigir, en nombre de la verdad, el mismo sentido de confianza en el detalle. Cuanto más se abre en el detalle, más fuertes son los lazos, más se puede instalar la dependencia.

La mujer también tiene desarrollado un sentido de totalidad: cuando ella da, da todo. Si mantiene una cierta distancia (que es muy saludable), puede tener el sentimiento de que no es honesta en el don de sí misma. Esto se puede manifestar también en su relación con la superiora. La superiora puede, por su parte, exigir exclusividad en nombre de la autenticidad, de la calidad de la relación.

Por otro lado, la mujer, hecha para ser madre, experimenta la necesidad de establecer relaciones de calidad con las personas de las cuales está cerca. En una comunidad monástica esto se expresa ciertamente de parte de la superiora hacia sus «hijas», pero también de parte de las hermanas que tendrán por mal vivir una relación mediocre con su superiora. Una hermana puede hacer cualquier cosa para que su superiora se ocupe de ella, lo que halaga la «maternidad» de la que está a cargo. Una superiora puede exigir mucho en la apertura de sus hermanas, lo que halaga la necesidad de una relación privilegiada por parte de estas.

Estas pocas reflexiones nos hacen comprender que el temperamento femenino, por sí mismo, puede abrir fácilmente el camino a los excesos del autoritarismo y de control sobre las personas. ¡La superiora debe ser consciente de ello y debe ser lo suficientemente equilibrada para evitar tal deriva! Si desafortunadamente, esto sucede, el resultado lo expresa de este modo alguien que lo vivió:

“Había venido para estar en la presencia de Dios. Terminé en presencia de la priora y definida por ella. Fue muy duro y totalmente absurdo.”

Conclusión:

Unidad, una belleza frágil.

«Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en Mí y yo en Ti. Que ellos sean uno en Nosotros».

No vamos a renunciar, a causa de posibles desviaciones, a buscar la unidad. ¿Qué criterios pueden ayudarnos?

La unidad, en una comunidad real, demanda saber renunciar a muchas preferencias personales, no a un pensamiento personal.

En una comunidad se recomienda no singularizarse, no despersonalizarse.

¿Por qué un muro de hormigón nunca logrará la belleza de un muro de piedra? Porque en este último cada piedra es diferente, por sus vetas, por su matiz, por las irregularidades de su forma. A nuestro sentido de la belleza no le gusta la uniformidad y en esto refleja algo del Espíritu Santo. En la casa de Dios, cuya comunidad busca ser una imagen, debemos ser una piedra bien identificable, no un guijarro incrustado en la masa del hormigón.


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