El Instituto del Verbo Encarnado (IVE) se presenta como un movimiento vigoroso, lleno de celo apostólico y de jóvenes vocaciones. Pero detrás de esta fachada, lo que se esconde es una secta con dinámicas internas de manipulación, espionaje y paranoia colectiva.
Un conflicto permanente con Roma
Desde hace décadas, el Vaticano ha intentado frenar los abusos de este grupo con medidas de control, restricciones y visitas apostólicas. Y cada vez, el IVE responde con la misma estrategia: no obediencia, sino resistencia. No humildad evangélica, sino guerra abierta. Un enfrentamiento constante disfrazado de heroísmo, en el que la consigna interna es clara: “todo el mundo quiere cerrarnos”. Esta mentalidad de asedio es típica de las sectas: victimismo permanente, enemigos imaginarios y una identidad construida a partir de la confrontación.
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