Tercer grado de la obediencia, la sumisión del juicio

 

En la anterior entrada, relacionábamos el tema del control disfrazado de «transparencia», con la obediencia de tercer grado, que vamos a presentar hoy resumidamente, del libro «Los riesgos de la vida religiosa»

A continuación, el extracto:

Tercer grado de la obediencia, la sumisión del juicio

Si por nuestro voto
de obediencia sometemos nuestra voluntad, nuestra inteligencia no puede
quedarse a un lado y allí las cosas se ponen un poco más complicadas.

San Ignacio de
Loyola, en su carta sobre la obediencia distingue de forma clara los diferentes
grados de la obediencia. Tiene sólo cuatro líneas para el primero, la ejecución
material de la orden recibida, y pasa inmediatamente al segundo, la sumisión de
la voluntad, sobre el cual se explaya un poco más. Pero toda su insistencia
está en el tercer grado, la sumisión del juicio.

Comencemos por
comprender la necesidad. Si un superior pide a un monje de volver a pintar toda
la casa y de hacerlo con un blanco puro, mientras que el monje cree que sería
mucho mejor hacerlo con un blanco matizado, el monje muy bien puede someterse
claramente a lo que pide su superior, manteniendo su idea, que sería mejor
utilizar un blanco matizado. Esta situación, sin embargo, presenta un gran
inconveniente: se encontrará dividido constantemente, haciendo algo que su
inteligencia desaprueba. Darse verdadera y totalmente de modo duradero cuando
estás tan dividido es realmente difícil, si no imposible. Obviamente, cada uno
considera espontáneamente que su idea personal es mejor que la del otro y que
hay muchas razones objetivas (¡piensen!) para eso. Aquí estamos en el corazón
del asunto. El tercer grado de obediencia requiere aceptar que es muy posible
que la idea del superior sea tan buena o mejor que la mía y adherirse realmente
a ella relativizando mi propio punto de vista.

Pero aquí debemos
agregar algunas precisiones esenciales:

La inteligencia no
tiene la flexibilidad de la voluntad y está determinada por la verdad. Nunca
está permitido tratar de doblegar la inteligencia contra la verdad.

La sumisión de
inteligencia será deseable en situaciones concretas donde puedan existir
opiniones diferentes. Pintar en blanco puro o blanco matizado es una pura
cuestión de preferencia y no responde en sentido propio a la verdad. Por lo
tanto, el apego excesivo del monje a su propia preferencia en esta área es una
imperfección evidente.

Es imposible
transferir lo que acabamos de decir en todas las áreas. Si el superior le pide poner
aceite de cocina en el motor del tractor, el monje que conoce un poco de
mecánica ya no puede doblegar su inteligencia. Él sabe perfectamente que al
hacerlo dañará seriamente el motor. Ahora bien, no le es posible suponer que
esa sea la intención del superior. Por lo tanto, es necesario que él informe al
superior. Si continúa pensando que es una muy buena solución y que el motor no
se dañará, el monje se va a encontrar en dificultades.

San Ignacio es
perfectamente claro sobre el dominio en el cual se puede aplicar la sumisión de
la inteligencia:

Aunque esta
facultad del espíritu no sea libre en sus operaciones como lo es la voluntad, y
que naturalmente da su asentimiento a lo que le parece verdadero, sin embargo,
en muchas situaciones, donde la evidencia de la verdad conocida no se impone
necesariamente, puede seguir a una parte o la otra, de acuerdo con el
movimiento que la voluntad le dé. Y es en estas situaciones que no son
evidentes, que todo hombre que hace profesión de ser obediente debe someterse a
la opinión de su superior. (San Ignacio de Loyola, Carta sobre la virtud de
obediencia)

El dominio dentro
del cual es posible someter su inteligencia está claramente definido: estas son
situaciones donde la evidencia de la verdad conocida no se impone
necesariamente.
Este es el principio liberador: es en las situaciones
donde no hay razón mayor para preferir más una opinión que otra que todo
hombre, que hace profesión de obediencia, debe someterse a la opinión de su
superior
. Y únicamente en estos casos. En todos los demás casos,
como hemos dicho, la conciencia conserva todos sus derechos.

San Francisco de
Sales, por su parte, se toma la molestia de señalar que él no requiere una
obediencia ciega (en el sentido precisado por él) sino para cosas de poca
importancia. Cuando se trata de plantar repollos, si la superiora pide
plantarlas de manera estúpida, la consecuencia no es lo suficientemente
importante como para que prevalezca la obediencia. Si se trata de plantar 15
hectáreas de repollo y si el daño para la comunidad comienza a ser importante,
entonces es deber de la hermana advertir a la superiora de su error. San
Ignacio de Loyola también habla de eso: No es, por tanto, que, si se
presenta a vuestro espíritu alguna opinión diferente a la del superior, y que
después de haber consultado al Señor en la oración, os parece un deber
exponerlo no podáis hacerlo.
Agrega que uno debe mantener en esto un
espíritu desapegado.

Mientras se trate
de asuntos puramente material, no hay demasiadas dificultades. Cuando están involucrados
asuntos de personas, la responsabilidad del monje se vuelve más importante y ya
no le es posible hacer cualquier cosa con el pretexto de que su superior se lo
haya pedido.

Para concluir,
remarquemos firmemente que la sumisión de la inteligencia se limita al marco de
la obediencia, es decir a las cosas solicitadas. Su razón de ser está bien explicada
por San Ignacio: Sin una gran violencia no es posible que la voluntad se
someta constantemente en las cosas que el juicio desaprueba.
Dicho de otro
modo, la sumisión de la voluntad difícilmente podrá ser entera si el juicio no
lo es, como lo hemos dicho cuando mencionamos el ejemplo de que la casa se debe
volver a pintar.

Pero la obediencia
de ninguna manera permite al superior dictar al religioso lo que éste debe
pensar. Nuestra inteligencia debe someterse a Cristo, a través de la Iglesia, y
esta sumisión a la Iglesia podrá ser enseñada por el superior, pero él no puede
ir más allá. No es él quien tiene autoridad en asuntos de fe o moral, ya que él
mismo está sujeto a esta obediencia a la Iglesia, al igual que todos sus
monjes. Y dado que sólo puede mandar de acuerdo con las Constituciones, está
claro que no puede hacerlo en cuestiones de política, de filosofía u otras. Por
supuesto, debe garantizar la formación de sus monjes, pero esto no exige
obediencia: la inteligencia debe ser convencida, no puede ser constreñida.

La comprensión
justa de la sumisión de la inteligencia dentro de la obediencia religiosa
siempre ha sido difícil. Sin embargo, si falta, las consecuencias son graves.
De parte del sujeto, el que rechaza totalmente el principio de esta sumisión
generalmente viene a: obedezco si estoy de acuerdo. Una graciosa
caricatura publicada en el boletín de una diócesis ilustra bien el asunto, y
hará reír un poco en este austero texto:

De parte del
superior, ultrapasar los límites de esta sumisión equivale a promover una
sumisión servil y constituye un abuso de poder. El asunto es lo suficientemente
importante para detenerse un poco.


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Comentarios

2 respuestas a «Tercer grado de la obediencia, la sumisión del juicio»

  1. Anónimo

    En el IVE se traspasan los límites de la sumisión?

  2. Anónimo

    Cuántas veces predicaste de esto en un Seminario o Convento?? Ahora ya no gozas de la autoridad del Púlpito