INTRODUCCIÓN
El artículo de hoy va a ser un poco más largo. Pero vale la pena.
Mi nombre es Luis de la Calle.
A diferencia de muchos comentadores que me atacan, yo doy mi
nombre y mi apellido.
Con estas entradas que publico, como simple colaborador, lo único
que busco es dar información, despertar conciencias y advertir a los que no
saben. “El que avisa no traiciona”. Si alguien de los que critican las
publicaciones luego le sucede algo, ya lo sabe: nosotros avisamos.
Para seguir iluminando sobre el problema del IVE y las Servidoras,
ofrecemos a continuación un breve resumen de un artículo más extenso que se
publicó en Aleteia
en el año 2017, y me parece que no tiene desperdicio.
Como saben, nosotros no “atacamos” la obra del IVE, sus hogares de
caridad, colegios y misiones donde se hace mucho bien. Por el contrario,
(siempre lo he dicho), denunciamos un “modus operandi”, es decir, una
constante en el obrar de los superiores, que fomenta un espíritu sectario
lamentable.
En el siguiente texto, con una calidad impresionante del autor, Mauricio
Artieda, van a tener la oportunidad de preguntarse, honestamente, si alguna de
las notas que describe se encuentran en este momento en el IVE.
De ser así, el autor también nos ofrece algunas soluciones.
Los dejo con el escrito, que, repito, por su extensión, sólo
ofrecemos 7 características.
RESUMEN:
11 síntomas de que tu comunidad se está enfermando
de sectarismo
Primero:
ningún ambiente de adulación constante es saludable para el ser humano
Lo sé, lo sé, el título no es nada alentador, pero déjenme
explicarles por qué creo que responde correctamente a la realidad que quiero
tratar. Vivimos un tiempo muy duro para toda la Iglesia, un tiempo de dolor y
vergüenza por distintos tipos de escándalos: sexuales, económicos, políticos,
etc.
Estoy casi seguro de que cada uno puede recordar un hecho triste
sobre la Iglesia, un sacerdote o comunidad, que lo ha afectado de manera
personal y espiritual. No quiero sonar demasiado dramático; este,
paradójicamente, también es un tiempo de enorme esperanza, lleno de signos hermosos que nos envía el
Espíritu Santo y eso es innegable.
Sin embargo, para distinguir el trigo de la cizaña hay que
ensuciarse las manos. Hay
que evaluar, reflexionar, dar un nombre y poner en la oración, aquellas cosas
que le hacen mal a la Iglesia, con la esperanza de poderlas cambiar y
así renovar nuestro testimonio de auténticos discípulos de Cristo.
Dicho esto, me interesa hablar de las comunidades religiosas,
laicales o parroquiales que, de distintos modos y por distintas razones, muchas
veces sin la plena consciencia de sus miembros y por el seguimiento acrítico de un líder
carismático, empiezan a encerrarse en sí mismas hasta el punto
de perder —en la práctica— la riqueza, la sabiduría, el consuelo y el
acompañamiento que implica su pertenencia a la Iglesia.
Así llegan a desarrollar, casi como una enfermedad,
características de estilo sectario: fanatismo,
intransigencia, rigorismo, victimización institucional, egocentrismo,
triunfalismo, idealización de las autoridades, voluntarismo… y
la lista podría continuar.
Lamentablemente, no son pocas las comunidades que en la actualidad
se han contagiado de esta enfermedad y le han hecho un grave daño a toda la
comunidad eclesial y a las personas que, directa o indirectamente, han perdido
la fe por su pobre testimonio cristiano.
Sin contar las comunidades que ya han sido investigadas y en este
momento se encuentran en un proceso de sanación y acompañamiento, actualmente la Iglesia investiga a más de
una docena de fundadores y evalúa la calidad de la vida religiosa de las
comunidades que iniciaron. Así están las cosas.
¿A qué voy con todo esto? Pues a que la cosa no parece un problema aislado ni una
infeliz coincidencia. Algo está pasando.
Para ser completamente sincero, no es un argumento del cual me sea
fácil hablar, pero creo que las reflexiones que vendrán a continuación —muy
personales, por cierto— pueden dar algunas luces para que cada uno haga un examen de
conciencia y evalúe si su comunidad, parroquia o
movimiento, ha comenzado a experimentar alguno de los siguientes síntomas:
1. Los ángeles no son santos
Así de simple: los ángeles no son santos. Y cuando un ser humano comienza, por
iniciativa propia o por estupidez de quienes lo rodean, a llenarse de atributos
angelicales, entonces no le hacemos ningún favor creyéndolo
un santo. ¿Por qué? Simplemente porque no lo es. Es un ser humano pecador como
cualquier otro que
necesita el sostén y el aliento de la gracia y de sus hermanos.
A través de una alabanza que no le corresponde, no hacemos otra
cosa sino allanar el terreno para que el demonio engañe y subyugue a esa
persona. Ojo, nadie niega que estos hermanos puedan ser personas muy virtuosas
y abnegadas. El punto es que ningún
ambiente de adulación constante es saludable para el ser humano.
El mismísimo Papa nos recuerda sin descanso que él también es un
pecador y que necesita de nuestra oración. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no son
pocas las personas que se asustan cuando el Papa dice algo así? ¿Acaso no nos
faltará un poco de más de realismo cristiano?
Si en tu comunidad existen hermanos o autoridades tratados casi
como objetos de devoción, cuyas palabras son como páginas del Evangelio que
llueven desde el cielo, es importante tener cuidado y ser muy conscientes de
que el demonio se aprovecha de estas situaciones para tejer sus redes.
Ojo, seguramente esta persona es muy buena y dice cosas muy
ciertas, nadie lo niega, ¡por algo tiene un puesto de servicio importante,
¿no?!, y no se trata de buscarle pecados o yerros a partir de ahora, se trata
de saber que los tiene, que necesita consejo y compañía, que está tan necesitado del perdón y de la Gracia de
Dios como lo estamos tú y yo.
Aunque te duela, si
crees sinceramente que se equivoca o que está abusando de su autoridad,
corrígelo con humildad; es decir, ámalo.
2. La lógica de negros y blancos oculta el temor a los grises
Hay que tener cuidado con las narrativas de negros y blancos,
buenos y malos, fieles e infieles, sanos y enfermos, etc. Estas se pueden
aplicar a la política, a la vida espiritual y a tantas otras realidades pasando
por nuestras comunidades, e incluso a nosotros mismos.
Es un modo
infantil de leer la realidad que hace que las lecturas
sean muy cómodas. Estás aquí o estás allá. Es progresista (negro) u ortodoxo
(blanco), ese es un obispo fiel (blanco) o infiel al Papa (negro), es un tipo
que abandonó la vida religiosa (malo) o uno que perseveró (bueno).
Sin querer caer en el relativismo ni negar que hay acciones y
actitudes objetivamente equivocadas, me parece que esta es una típica lógica sectaria que teme la
existencia de los grises.
En la vida, disculpen, creo que los grises son la mayoría y son
incómodos porque sus tonos provienen de la complejidad de la realidad y no
encajan dentro de nuestro modo
etiquetador, categórico, ideológico, y muchas veces simplista, de pensar. Es
algo que me parece que el papa Francisco está combatiendo con mucha fuerza
durante su pontificado.
Me atrevería incluso a afirmar que Cristo fue un enorme gris para
las expectativas de los judíos que esperaban al Mesías. Solo los hombres
valientes, esos que lograron romper con el sectarismo y la lógica de los
blancos y negros, lograron aceptar el gris de Jesús; es decir, un Mesías
glorioso, sí, pero cuya gloria brilló en la humildad, la misericordia y la
humillación.
Hoy en día —tal vez hoy más que nunca—¿tu comunidad es capaz de
distinguir las tonalidades de la realidad, o todo pasa por el filtro del blanco
y el negro?
3. Integrar la propia personalidad
Una misma comunidad, carisma, espiritualidad o disciplina, no
quiere decir una misma personalidad, ideas, ritmos, estudios, expectativas,
anhelos, deseos, peinados, etc. Esto san Pablo lo tenía clarísimo, pero, al
parecer, muchas comunidades en la actualidad no lo hemos tenido muy claro.
Así como con la lógica de los blancos y negros (que he descrito
líneas arriba), la uniformización también es un modo de evadir la realidad y de
no dejarla interpelarnos. ¿Por qué? No soy sociólogo ni psicólogo, pero no se
necesita serlo para darse cuenta de que la
uniformización es más fácil de controlar que la diversidad.
Desde el punto de vista de la persona que participa en una
dinámica de uniformización y renuncia a algunos rasgos importantes de su propia
personalidad y manera de ser, la experiencia también es muy dura y la vida
cristiana, laica o consagrada, se va haciendo cada vez más penosa y cuesta
arriba hasta el punto no lograr comprender más por qué las promesas de Dios no
se cumplen en la propia vida.
4. Cuando nos enamoramos de las
obras
Otro síntoma es la importancia desmedida de los
proyectos apostólicos. Llega un punto donde tener grupos, parroquias, iniciativas,
colegios o universidades se vuelve lo más importante. Claro, la razón es el
apostolado y la evangelización y eso está muy bien, pero hay un momento donde
el demonio se aprovecha de nuestro activismo y trastoca las cosas.
Los proyectos también generan presencia eclesial, admiración,
poder, etc., y si una comunidad no hace un constante examen de conciencia puede
comenzar a empujar a las personas a vivir en función de dichos proyectos.
La oración, el fundamento espiritual, y el origen apostólico de
todas esas obras se empieza a perder y se comienza a vivir en función de las
gratificaciones mundanas y secundarias que estos proyectos generan. Es una
lástima, pero estas cosas pasan y hay que estar alerta. Se pueden cometer
muchos abusos y hacer mucho daño cuando las obras ocupan un lugar más
importante que las personas. Ejemplos los hay en cantidades.
5. Las
críticas a la comunidad
Ninguna comunidad está exenta de críticas. Hay laicos, sacerdotes
y obispos que a veces no están de acuerdo con las cosas que una determinada
comunidad hace. De vez en cuando hay hermanos dentro de la comunidad que
expresan juicios negativos. En mi opinión el modo de reaccionar de una
comunidad ante las críticas externas e internas es un gran termómetro que mide y regula el
nivel de sectarismo.
¿La comunidad es capaz de hacer una auto-crítica? ¿Disentir está
permitido y las opiniones contrarias u objeciones a ciertas prácticas son
escuchadas y tomadas en cuenta? ¿O se aplica la lógica de blancos y negros
donde quienes están en desacuerdo son tachados automáticamente de “comunistas”,
“progresistas”, “enfermos”, “loquitos” o “acomplejados”?
Por otro lado, cuando se trata de una situación interna, ¿cuán
libres se sienten (sí, sí, ¡se sienten! he usado el verbo correcto) los
miembros de criticar algunas prácticas y proponer mejoras al modo de hacer las
cosas? ¿Cuán libres se sienten los miembros de criticar actitudes de abuso o
maltrato por parte de sus autoridades? Todas estas son preguntas importantes
que toda comunidad y sus miembros deben hacerse con mucha seriedad.
6. La obediencia es un tesoro, ¿lo
sabe la autoridad?
El ejercicio abusivo de la obediencia ha causado graves daños en
varias comunidades. Creo que todos lo sabemos. Muchos de los puntos que he
tocado en este recorrido de síntomas son factores que crean un clima inadecuado
para un ejercicio sano de la obediencia religiosa.
Me explico, si una comunidad está enferma de perfeccionismo
voluntarista, si pone las obras por encima de las personas, si despersonaliza a
sus miembros a través de un modelo único de comportamiento, si es inmune a las
críticas y sus miembros no se sienten libres de alzar la voz para criticar
prácticas inadecuadas, etc., etc., pues la obediencia lamentablemente se desvirtúa
y pasa, de ser un regalo de Dios para vivir el desapego personal y la unión
amorosa a su plan, a ser un instrumento del cual se puede aprovechar para crear y
mantener dinámicas de abuso, censura y encierro ideológico.
Lamentablemente, a este cuadro tenemos que añadir algunos casos de
violencia sexual que, por desgracia, directamente o indirectamente han
ocurrido valiéndose de una relación de obediencia.
Lo duro cuando hablamos del voto de obediencia es que toca
fibras muy íntimas en el corazón de un religioso o laico consagrado. Cuando una
persona acepta libremente su voto o compromiso de obediencia se pone en manos
de Dios y acepta la mediación y la ayuda de un hombre (o una comunidad) para
discernir lo que Dios quiere de él. Renuncia a dirigir su propia vida con total
autonomía porque un pedazo de esa libertad ha decidido ponerla en manos de un
Dios que no puede traicionarlo.
Cuando un superior abusa de su autoridad y maltrata a un religioso
es muy difícil no involucrar al Señor en el conflicto y decirle: «confié en ti
y me traicionaste».
Por eso la autoridad no puede
ser un premio para los mejores ni un rango jerárquico al estilo militar: la autoridad, como dice
el Papa, es un servicio hermoso donde el superior abre las manos y el religioso
deposita la perla preciosa de su confianza y su esperanza en la bondad de Dios.
Por esta razón, el ejercicio respetuoso de la autoridad y la
comprensión del valor enorme del voto o compromiso de obediencia son dos claves
en la experiencia de una comunidad religiosa sana; y, por el contrario, son dos
termómetros—casi matemáticos—del sectarismo presente o latente en una comunidad
religiosa.
7. ¿Cómo se trata a las personas que abandonan la comunidad?
Este punto lo añadí un día después de publicar el artículo. ¡Casi
lo olvido! Un síntoma muy fuerte de sectarismo es tratar con indiferencia,
rencor o desprecio a los ex-miembros de la comunidad. E inclusive se puede
llegar al extremo de tratar con desconfianza a los miembros que mantienen
relaciones con las personas que se retiran de la institución.
Voy a ser muy claro: esto no
viene de Dios, es una actitud demoniaca que golpea muy duro a las personas que
durante muchos años entregaron su vida al servicio de la comunidad. ¿Somos
capaces de entender esto? Que de un momento a otro, por el hecho de haber
decidido dejar el movimiento, el grupo o la familia espiritual —por las razones
que fueran—, los compañeros y los amigos que hiciste ahí te cierren
las puertas y te traten con distancia y sospecha, ¿no crees que puede ser un
golpe que puede dañar seriamente a la persona?
Por último, ¿qué hacer si mi comunidad, movimiento o parroquia,
tiene uno o varios de estos síntomas?
Disculpen si es que no profundizo demasiado en esto, pero este
artículo ya está bastante largo. Creo que el consejo más importante es el
siguiente: es muy sano conversar con personas buenas, sabias y
bienintencionadas externas a la comunidad. Puedes hablar con tu obispo o
con algún sacerdote amigo que pueda darte luces y una opinión imparcial.
Si la situación fuese muy grave tienes todo el derecho de tener un
confesor o un consejero espiritual externo a la comunidad. Nadie puede decirte
a quién le abres tu conciencia ni tu fuero interno.
De ese acompañamiento o amistad pueden surgir puntos de vista diferentes
y nuevos ánimos que te ayudarán a mirar las cosas con más libertad y a ganar
confianza para ayudar a tu comunidad a sanar aquellos síntomas que tú crees que
la puedan llevar a enfermarse más seriamente.
¿Un consejo más? No te quedes callado. Mide tus palabras, pero
habla, comenta lo que crees que está mal a pesar de que puedas estar
equivocado. No te pelees, reza mucho lo que quieres decir, pero no rehúyas a tu
deber de evidenciar los síntomas de los cuales hemos hablado.
Estos consejos o cualquier otro que te pueda dar se resumiría
en: mira a la
Iglesia, respira con la Iglesia y busca la ayuda de la Iglesia. La Iglesia es madre, es
sabia y es tierna. No desconfíes nunca de ella, porque en el mar borrascoso en
que nos toca navegar, Ella es la única embarcación segura porque, a pesar de
todas sus fallas, ha sido construida por Dios y su Capitán sabe muy bien lo que
hace. El antídoto
contra el sectarismo se llama catolicismo.
Por Mauricio Artieda
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