Una de las estrategias más frecuentes del Instituto del Verbo Encarnado (IVE) es apropiarse de los logros de sus miembros y, al mismo tiempo, desligarse de sus fracasos. Cuando algún sacerdote o religiosa realiza una obra positiva, el Instituto se jacta de ello como si fuera una prueba irrefutable de la bondad de su carisma y de su sistema de formación. En cambio, cuando aparecen escándalos o caídas graves, el discurso oficial insiste en que se trata de debilidades personales, de pecados individuales, sin ninguna conexión con la institución.
Esta lógica es profundamente engañosa. En realidad, la verdad parece ser justamente la contraria. Los éxitos personales de muchos miembros del IVE no son consecuencia de la formación recibida dentro de la institución, sino más bien del carácter, las virtudes y la fe heredada de sus familias cristianas. La mayoría de las vocaciones que perseveran surgen en hogares profundamente creyentes, donde los valores del esfuerzo, la caridad y la oración fueron transmitidos desde la infancia. Estos frutos son personales y familiares, no institucionales.
Por otro lado, los fracasos y pecados que tantos miembros del IVE han exhibido a lo largo de los años sí tienen una raíz institucional. La educación interna es deficiente, los programas de formación carecen de solidez académica y espiritual, y el mal ejemplo de los superiores marca a fuego a las comunidades. A esto se suma una estructura eclesial que, lejos de sanar o corregir, se muestra corrupta hasta la médula, reproduciendo patrones de abuso de poder, manipulación y ocultamiento sistemático.
Por tanto, es necesario invertir la lógica del relato oficial: los logros del IVE no son suyos, sino de las personas y de las familias que supieron transmitir virtudes; en cambio, los fracasos no son simplemente personales, sino el resultado directo de una formación enfermiza y de un sistema institucional profundamente desviado.
Reconocer esto es fundamental para no dejarse engañar por la propaganda triunfalista y para comprender que el problema no está en los jóvenes generosos que alguna vez ingresaron al Instituto, sino en el entramado mismo de una estructura que multiplica defectos y apaga los verdaderos dones recibidos de Dios.
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