En los últimos años, han surgido denuncias contra las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará (SSVM) en diversos países. En Argentina y Brasil, incluso enfrentaron demandas judiciales por abandono de persona, además de numerosas denuncias canónicas presentadas por exmiembros de la congregación. Muchas otras exreligiosas optaron por no denunciar para evitar revivir experiencias dolorosas tras 20 o 30 años de vida religiosa. Simplemente decidieron pasar página.
A simple vista, el instituto parece joven, alegre y lleno de vocaciones, con un promedio de 100 ingresos anuales desde 1988. Sin embargo, de esas generaciones solo quedan unas pocas religiosas, literalmente contadas con los dedos de una mano. En teoría, el instituto debería contar con cientos de religiosas mayores de 60 años, pero la realidad es que quedan muy pocas, y muchas de ellas enfrentan enfermedades psicológicas y físicas.
Por esta razón, es crucial para la congregación captar nuevas vocaciones. Necesitan reemplazos para sus misiones, lo que explica por qué inundan las redes sociales con videos de monjas jóvenes en situaciones superficiales, buscando atraer más ingresantes, como si la vida religiosa se redujera a banalidades.
No sin motivo, la Iglesia ha enviado visitadoras apostólicas para inspeccionar la congregación a nivel mundial, con el objetivo de evaluar si su estilo de vida, a menudo descrito como superficial y sectario, es compatible con una auténtica vida religiosa.
Durante años, han manipulado a muchas jóvenes con vocación. Después de destruir su autoestima, anular su personalidad y ocultarles información clave, muchas fueron abandonadas al mundo sin estudios ni recursos. Lo más grave es que la mayoría queda con secuelas físicas y psicológicas tras haber entregado todo en las misiones. Todo esto parece tener un único propósito: mantener tantas comunidades abiertas que resulte difícil para la Iglesia tomar medidas drásticas.
Si fueran tan inocentes y virtuosas, ¿por qué la Iglesia las investigaría? Algunos argumentan que se trata de envidia o persecución por su doctrina, pero quienes han vivido dentro —más de 1,000 exreligiosas y muchas actuales— saben que han sido partícipes de una farsa. Fueron utilizadas para consolidar una congregación joven, liderada por un fundador acusado de abuso y una cúpula de sacerdotes narcisistas que han intentado encubrir numerosos abusos sexuales, psicológicos, malversaciones de fondos y desórdenes morales.
Para quienes han dedicado más de una década a esta congregación, resulta evidente que opera más como una secta que como una familia religiosa. Aunque la Iglesia promete abordar esta crisis, el tiempo que tarda solo agrava el daño a las nuevas vocaciones. Estas jóvenes ingresan creyendo que todo es perfecto, hasta que comienzan a enfermar y necesitan medicación.
Nada que prive de la libertad de expresión y pensamiento, que aísle de amistades sanas o que exija una renuncia constante al propio ser puede ser beneficioso para el alma y el cuerpo.
Por más que la Madre Corredentora (superiora general) busque justificar sus errores ante el Santo Padre en la visita que le hizo esta semana en privado buscando evitar medidas disciplinarias,pero el daño causado a tantas almas bajo su responsabilidad pesa mucho más que sus justificaciones.
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