¡Sí, mi Capitán!

 

Corría el cálido
mes de septiembre, y los novicios de la aldea,
(gentileza de sin doblez), se preparaban para vivir su místico viaje al norte,
en medio de un pueblo muy devoto que, año tras año, honraba sus tradiciones con
hermosas procesiones multitudinarias.

El capitán de la
escuadra, técnicamente llamado «maestro»,
le tocó este año aprender una nueva lección, que sus superiores inmediatos no
tardaron en enseñársela con un dejo de urgencia y enojo. El joven corsario no
había sido precisamente el más ducho capitán en la preparación de esta
travesía.

¿De qué se
trataba el gravísimo error?

Muy simple… O
quizás, demasiado simple había sido el flemático Maestro: Lugar equivocado. Eso
era todo.

Pero, ¿cómo? … ¿Había
confundido su destino? ¿Habría direccionado sus galeras hacia aguas equivocadas?
No … más simple todavía: Lugar equivocado para ir a comer…

¿Un restaurante
muy caro? Tampoco.

El problema no
era la falta de dinero, sino la falta de tacto.

Más tarde, el joven
capitán se preguntaría si sólo había sido falta de tacto, o más que nada, de
información…

Porque lo que
pasó fue tan simple, como que él no sabía nada…

El error
consistió en la elección de familia para ir a comer con su tropa de jóvenes
hambrientos, ocurriéndosele pedir el favor a personas peligrosísimas. No vaya a
ser que los novatos se enteren de la situación actual… ¡Podía ser cualquiera,
todos, menos ellos! Y el Maestro no lo supo a tiempo.

Por qué cuernos
se le ocurrió, -se preguntaban escandalizados los piratas mayores-, ¡pedirles
justo a ellos! Parecía el colmo del destino.

Llamaron al
otomano y le contaron todo lo que tenía que saber, antes de embarcarse a una
zona tan dinamitada, junto con la orden de cancelar cuanto antes esa ridícula
cita que ya había organizado.

El Maestro de
novicios se vio en una encrucijada vital: obedecer siempre, claro, por supuesto:
¡Sí mi Capitán! Pero… a costa de dejar viejas amistades atrás.
 

Todo sea por el
Gran Bucanero.

 

Moraleja:

El Maestro
aprendiendo todos los días algo nuevo… Los maestros no están exentos
de este dicho.

Ese día, cercano
a la fecha del viaje, los maestros del maestro también se sintieron discípulos,
al menos, por unas horas. Porque la metida de pata, sólo daba para aprender a
nunca más dar por supuesto nada, y tal vez, rever las políticas de información
entre sus corsarios más cercanos.

 


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