El viernes pasado tuvimos que cancelar un evento que dependía de la respuesta de “Rosita”.
Como la respuesta fue negativa, es decir, no se presentó al debate, tuvimos que cancelarlo.
Sí; esta vez nosotros cancelamos.
Hoy quería reflexionar sobre los “cancelados” …
Muchos de los que dejamos el Instituto del Verbo Encarnado fuimos inmediatamente “cancelados” por sus miembros. Y ser cancelado, para muchos, era mantenerse con la boca cerrada y no contar nada malo que hayas visto o vivido allí adentro. A muchos los callaron con el argumento de la “gratitud” que les debemos por habernos dado de comer (argumento de Rosita, por ejemplo). De esa manera, una vez más y todavía, los mantenían manipulados. ¡No sólo adentro, sino también afuera!
Pero no sólo a los que se iban los mantenían callados: también a los que se quedaban les hacían mantener la boca cerrada sobre la persona que se fue. Mejor era directamente no hablar de él/ella. Pasaba a considerarse desaparecido/a, muerto/a. Y a lo sumo se permitían comentarios negativos sobre el que “huía” o “traicionaba”, parecidos a los siguientes: “Pobrecito/a… se dejó influenciar” o “tenía problemas, no fue humilde, no obedeció”, etc., etc.
Pero el tema siempre es el mismo: los que disienten, son cancelados. Porque, de hecho, no es sólo cuando abandonas la institución, sino incluso cuando te quedas, pero piensas distinto. También en ese caso serás cancelado.
Analicemos un poquito más este lamentable fenómeno y este concepto tan usado:
¿Qué es los que se suele cancelar en el mundo, en la vida normal? Bueno: se cancelan citas, se cancelan eventos (pregunten a Rosita), se cancelan turnos, vuelos, partidos de fútbol, órdenes de compra, etc., etc. Pero jamás se cancelan personas.
Cancelar objetos y acciones es parte de la vida. Lo que llama la atención es que en las sectas se cancelan a las personas.
Nunca falta el “buelista” (o bueludo) que, defendiendo al IVE dirá que los sectarios somos nosotros, los que salimos y confabulamos contra ellos. Sin embargo, los hechos son testarudos, y acá lo que se verifica es la cultura de la cancelación sistemática de quienes se animan a abrir la boca después de irse o incluso quedándose. Y eso, estimados lectores, es propio de las sectas.
A esta altura, darse cuenta de que existe este comportamiento en muchos de los miembros de dicha congregación, no debería ser ninguna novedad: es lo que se viene diciendo; incluso muchos de los actuales religiosos que lo reconocen con pena. Es que se trata de algo innegable y evidente. Usarán miles de escusas para disimular este comportamiento (obediencia, santidad) pero igualmente el hecho sigue saliendo a la luz: todo aquel que piense distinto a nosotros debe ser cancelado. Pasará a ser un objeto cancelable.
Uno pierde “amigos”, quizás de toda una vida, por el solo hecho de haber salido y hablado en contra del instituto (como si dicho instituto fuese infalible e inmaculado). Ellos no tienen autocrítica; pero tampoco admiten las críticas de afuera.
Llamativo es que, luego de años de vida en común, amistad y alegría, uno pase a ser el malo de la película, sólo por haberse atrevido a “ventilar” cosas.
No sería llamativo si entendiéramos más el repetitivo comportamiento de las sectas en este punto. Y esta explicación (que es la única que satisface hasta el momento), es la que ellos niegan sistemáticamente: podrán incluso admitir que se cometieron abusos, pero que la “Congre” está en plena deriva sectaria… ¡jamás!
Fuimos cancelados…
Pero esta voz pasiva no nos detiene en la acción.
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