‘La traición de los padres’

Publicado por Wanderer

 La traición de los padres

Uno de los temas más dolorosos y desconcertantes que los católicos de las últimas décadas hemos debido afrontar es el descubrimiento de los incontables abusos de todo tipo cometido por sacerdotes y religiosos. Es difícil enfrentarse con la situación por muchos motivos, y uno no menor es una pregunta agazapada que nos resistimos —al menos es lo que suele ocurrirme— a encararla. ¿Desde cuándo sucedió esto en la Iglesia? Porque los casos que se están destapando en los últimos tiempos tuvieron lugar, a lo más, hace cincuenta años, pero ¿antes también ocurría o se trata de un fenómeno nuevo? Es una cuestión inquietante, sobre todo cuando miramos a las congregaciones religiosas que tanto bien objetivo trajeron a la Iglesia y al mundo. ¿Habrán sido ellas también parte de un monstruoso sistema de abuso o encubrimiento?

Acaba de aparecer en Francia un libro que, por lo que parece, echa bastante luz sobre el tema (La Trahison des pères, Bayard, Paris, 2021). Al menos, esa es la impresión que me ha dado al leer un reportaje realizado a la autora, Céline Hoyeau. Tiene a su favor que se trata de una mujer católica, que practica su fe y que ha sufrido tanto como cualquiera de nosotros la situación. Y, siendo periodista, realiza una investigación que parece seria, aunque reducida a los casos franceses. Lo que me ha resultado interesante, y tranquilizador, es que ella adjudica el caso de los abusos a los fundadores (les pères) surgidos como flores luego de la lluvia al calor de la primavera que trajo Concilio Vaticano II, y abonados y animados por Juan Pablo II, que los consideraba los “heraldos de la nueva evangelización”. Sería, si estos criterios son ciertos, un efecto más de la tan mentada primavera.

He traducido los párrafos más salientes de la entrevista publicada en Crux, y aquí los dejo:

Crux: ¿Cómo resumiría el libro para los lectores de Crux?

Algunos de los fundadores de las nuevas comunidades, principales figuras carismáticas de la segunda mitad del siglo XX en la Iglesia católica, fueron descubiertos por haber cometido abusos (abuso espiritual, abuso de poder, abuso sexual). He querido comprender las razones de esta «caída de las estrellas» entrevistando a víctimas, antiguos miembros de estas comunidades y expertos: historiadores, sociólogos, psiquiatras, psicoanalistas, teólogos, canonistas, obispos…

Me parece que un determinado contexto permitió el ascenso de estas figuras carismáticas que llegaron a tales alturas que ya no encontraron ningún contrapeso y pudieron cometer abusos: Un contexto de crisis, de grandes expectativas de renovación para los católicos y de ausencia de control.

Después del Concilio Vaticano II, en un período marcado por la secularización y la descristianización, algunos fundadores se entusiasmaron, atrajeron muchas vocaciones y tuvieron éxito, en un momento en que la Iglesia parecía perder impulso, cuando las parroquias y los seminarios se vaciaban. Estas nuevas comunidades parecían haber encontrado la receta milagrosa para convertirse en el futuro de la Iglesia. En un contexto de crisis, estos fundadores aparecían como “hombres providenciales” capaces de “salvar a la Iglesia” y reevangelizar la sociedad.

Estas personalidades carismáticas respondían también a las grandes expectativas de los católicos que aspiraban a tener puntos de referencia claros en la enseñanza de la fe, una liturgia con sentido de lo sagrado, la belleza de las celebraciones, una relación personal con Dios y un fuerte ideal de vida comunitaria y fraterna. El genio de estos fundadores es haber sabido responder a esta búsqueda espiritual, haber sabido encarnar no sólo una autoridad tranquilizadora, sino también una nueva forma de creer, que da lugar a la emoción, a la afectividad, a la ternura, al cuerpo, a la acogida de la propia vulnerabilidad.

Estos fundadores fueron considerados por estas generaciones de católicos como enviados del Espíritu Santo: como santos. Se encerraron en una omnipotencia y pudieron abusar impunemente, sin encontrar fuerzas contrarias ni un control eclesial eficaz. Si estos abusos han podido continuar a lo largo del tiempo sin ser denunciados, en realidad es también culpa de todo un ecosistema, del que cada uno de los actores tiene una parte de responsabilidad y un papel que desempeñar hoy para ayudar a la Iglesia a salir de ellos.

Crux: Marie-Dominique y Thomas Philippe, André-Marie van der Borght, Ephraim, Thierry de Roucy, Jean Vanier… la lista de líderes de la «primavera de la Iglesia» que fundaron estos supuestos “nuevos movimientos” pero que demostraron haber cometido actos delictivos. ¿Por qué muchos de ellos pudieron “salirse con la suya”?

Por razones que tienen que ver tanto con su personalidad, a menudo manipuladora, como con el contexto no controlable en el que surgieron. En efecto, siempre han existido personalidades bifrontes y abusivas, pero el contexto será propicio o no para que transgredan y abusen. Pero estos fundadores no encontraron ningún contrapeso fuera o dentro de su comunidad, o lograron eludirlos.

Los obispos, por ejemplo, no estuvieron atentos. En la época en que despegaron, en los años 70, la mayoría de los obispos franceses estaban más comprometidos con la Acción Católica y las luchas sociales, y miraban con cierta desconfianza a estos fundadores, que les parecían conservadores y apegados a formas de piedad anticuadas. Frente a la descristianización, otros obispos se alegraron, sin embargo, de acoger en sus diócesis a estas comunidades que atraen muchas vocaciones, mientras sus seminarios y parroquias se vaciaban. Estaban fascinados por estos fundadores.

Las autoridades romanas también se dejaron cegar por el éxito de estas comunidades. Durante el pontificado de Juan Pablo II, que veía en estos fundadores a los heraldos de la nueva evangelización, estaban fascinados por los cientos de “ratones grises” que acompañaban al padre Marie-Dominique Philippe a San Pedro cada año. Por eso, cualquier queja que pudiera remontarse a Roma no se tomaba en serio y se desestimaba. Sobre todo porque, en aquella época, la palabra de las víctimas no se tenía en cuenta en absoluto en la Iglesia.

Pero incluso los obispos que estaban lúcidos se encontraban impotentes: Hubo algunos intentos de advertir a estas comunidades, pero se encontraron con reacciones defensivas muy fuertes. De hecho, estos fundadores no hubieran podido prosperar si no hubieran tenido delante una corte de discípulos bajo su influencia, que los adoraban, que les daban una imagen de santidad, que no veían o no querían ver, y que se dejaban engañar en todos los sentidos. Defendieron al fundador con uñas y dientes. Cualquier crítica a su comunidad era desacreditada, los obispos acusados de no entender el carisma del fundador que había recibido su misión del Espíritu Santo. Atacarlo era, en esencia, atacar a Cristo. Los pocos miembros de la comunidad que eran críticos fueron marginados, y los que se fueron, fueron demonizados

La regla se elaboraba según las intuiciones del fundador, en torno al cual giraba todo. Básicamente, la regla era él. Estas comunidades no respetaban las salvaguardias y los equilibrios que constituyen las reglas habituales de la sabiduría en la Iglesia (en particular, la distinción entre el foro interno y el externo, es decir, que el superior de una comunidad no puede dirigir espiritualmente o confesar a un miembro de su comunidad, para preservar su libertad).

Todo ello se inscribe en el contexto de una sociedad, tras el Concilio Vaticano II y el mayo de 1968, en la que se había convertido en “prohibido prohibir”. La Iglesia no era inmune a estos cambios culturales: Los obispos preferían “acompañar” antes que sancionar. Se prefería una “Iglesia de comunión” al modelo autoritario de antes del Vaticano II.

E incluso cuando había sanciones, el secretismo en la Iglesia tuvo el efecto perverso de disminuir su alcance y hacer que algunas de estas sanciones cayeran en el olvido, como en el caso de Thomas y Marie-Dominique Philippe. Hasta 2019 no supimos que el propio fundador de la comunidad de San Juan había sido sancionado en 1957, tras el juicio a su hermano.

Crux: Sé que para escribir el libro entrevistó a supervivientes y a expertos en la materia. ¿Llegó a una conclusión sobre los elementos comunes de estas personas que se inspiraron y que inspiraron a otros a hacer mucho bien en nombre de Dios, tenían personalidades reservadas y criminales?

Todos estos fundadores son personalidades carismáticas, a menudo emotivas y cautivadoras por esta afectividad, dotadas de un gran talento para la predicación, y con un elevado ideal espiritual adecuado para alcanzar las aspiraciones de los buscadores de sentido.

También tienen en común el haber mantenido, bajo un aire de humildad, un culto a la personalidad, y el haberse reservado un ritmo especial y un trato privilegiado en su comunidad (comidas separadas, horarios diferentes). Tienen una relación complicada con la autoridad: Algunos dejaron una primera comunidad para fundar la suya propia en la que eran los únicos maestros a bordo; eligieron diócesis donde el obispo les era favorable y cambiaron de diócesis para encontrar nuevos apoyos.

Me pregunté si eran perversos desde el principio o si iban a la deriva, ganados por el orgullo espiritual del éxito de su comunidad. Hay razones psicológicas y espirituales para ello. Sin embargo, no puedo trazar un perfil típico.

Los expertos, además, no se ponen de acuerdo entre ellos. No obstante, podemos enumerar algunos aspectos de estas personalidades de dos caras… algunos, raros, reúnen las características del verdadero “pervertido”, que construirá un sistema en el que podrá disfrutar de la explotación y la destrucción del otro; otros, los más numerosos, presentan un fuerte defecto narcisista y, en un contexto incontrolado, desarrollarán rasgos de perversión y utilizarán a los demás para sus fines (intelectual, espiritual, financiero, sexual), sin ser necesariamente conscientes de ello.

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