Publicamos aquí una traducción del artículo publicado por Kelly Sue Fitz (ex Madre Lumen) en su blog, originalmente en inglés. Gracias Kelly Sue por autorizarnos a publicarlo aquí.
En los últimos meses he estado sumergida en el «trabajo en la sombra» y me he dado cuenta que, incluso, cuando uno cree que has superado todo, siempre queda algo más por superar. Y ese algo para mí ha sido el tiempo en que pasé en el convento.
Hasta ahora creo que nunca di voz suficiente a la injusticia real y a la imagen completa de abandono y disfunción que viví y que se vive allí.
Y aunque he escrito blogs, he hecho vídeos e incluso escribí una carta pública de 3 páginas a mi ex Congregación en el año 2015, rara vez he publicado los detalles crudos y descarnados, quizás, por tratar de ser algo respetuosa, supongo, obedeciendo a ese arquetipo de «niña buena», que aún vive en mí.
He de decir que resulta difícil, muchas veces, contestar a la pregunta: «¿Por qué dejaste el convento?», elaborar una respuesta elevada, según a quién no es posible, así que, suelo contar una versión abreviada y digerible, pero una ex hermana una vez me recordó la importancia de no minimizar lo sucedido, sobre todo, para mí misma. Así que, estoy intentando canalizar la guerrera y la bruja que vive en mi interior para hacer un informe más completo de lo ocurrido. Además, me he dado cuenta a lo largo de esos años que, al intentar contenerme, no se ha visibilizado y validado suficientemente mi testimonio.
Parte de «mi sombra» con la que he estado trabajando recientemente es el peso que cargo en mi entorno por ser considerada «perezosa», ya que, no concibo trabajar a tiempo completo nunca más, y no lo he hecho desde el año 2019, pero ¿será que si el mundo supiera por lo que he pasado en pocos años, pero de forma tan intensa, mi deseo de no volver a trabajar a tiempo completo sería validado?
Parte de ese mi «trabajo en la sombra» es justamente asumir esa «sombra» y poder salir de ella, es un intento de dejar esa sombra de chica perezosa, pero yo sé que solo es una parte de mí, pues hay una otra parte que sabe y conoce que existe un ritmo natural en cada uno de nosotros que también debe ser buscado, reconocido y obedecido.
Las semanas laborales de más de 40 horas pueden ser consideradas ridículas para cualquier ser humano, si nos fijamos en que también estamos hechos para disfrutar de nuestros seres queridos, cultivar dones, cultivar la naturaleza, etc y no solamente estar sentados frente a la computadora dedicando horas en conseguir dinero para seguir sobreviviendo, pero por desgracia, vivimos en 2023 y para la mayoría de nosotros es un constante tira-y-afloja, el sobrevivir y tener tiempo para hacer cosas que nos gustan con las personas que amamos.
De todos modos, que este escrito también sirva cómo una llamada a las SSVM (otra vez), y sea un intento de validar mi yo más joven que en esa época necesitaba que alguien luchara por ella y no encontraba a nadie.
Este será mi mejor intento de hacer una lista de aquellos años de «espectáculo de mierda»:
• A los 26 años, fui nombrada Madre Superiora del convento de East Harlem, Nueva York, siendo la más joven de esa comunidad, tanto en edad como en vida religiosa, sin haber hecho aún los votos perpetuos. En una gigantesca parroquia bilingüe.
• Al cabo de un año, me enviaron a una hermana que había sido diagnosticada con trastorno límite de la personalidad. Era argentina y tenía unos 30 años, había hecho sus votos perpetuos y había estado causando malestar en las casas de formación de Washington, donde había estado viviendo. Mis superioras me la enviaron a mí, diciéndome: «Lumen, tú eres tan tranquila, estamos seguras de que podrás manejarla», y me dijeron que leyera el libro; «Walking on Eggshells» para mejor prepararme y poder tratarla. A esas alturas me sentía «tranquila», pues creo que ya estaba viviendo en una constante disociación con la cantidad de cosas que iba ocurriendo.
• No se me permitió informar a la comunidad sobre el diagnóstico de esta hermana, por lo que esencialmente tuvieron que sufrir su ira, sus arrebatos y el malestar que esa hermana provocaba, sin entender por qué nadie hacía nada al respecto.
• Diariamente yo tenía largas sesiones de diálogo y escucha con ella —a veces hasta 2 horas seguidas— mientras ella lloraba encerrada en su mundo emocional de auto-odio, absorbiéndome, quitándome la energía y el tiempo que tenía que disponer también a las demás hermanas de la comunidad.
• Iba a un psiquiatra y tomaba varios medicamentos psicóticos, también le fue sugerido una terapia dialéctica conductual residencial debido a la gravedad, yo a su vez pedí esto por escrito para presentarlo a mis superioras cómo una prueba de su gravedad. Las superioras lo denegaron por motivos económicos, pero tampoco quisieron enviarla de regreso a su casa, así que tuvo que seguir en mi comunidad, tomando sus medicaciones y haciendo terapia de conversación una vez a la semana, lo que no sirvió absolutamente de nada. Esto duró 2 años sin ningún control, mientras yo poco a poco «perdía la cabeza».
• Esta hermana tenía regularmente arrebatos a causa de su trastorno, tanto conmigo cómo con el resto de la comunidad, aparentemente por nada o por pequeñas cosas, cómo por ejemplo, que una hermana doblara mal las toallas.
• Muchas veces se encerraba en el baño durante horas o se golpeaba la cabeza contra la pared repetidamente para hacerse daño; todo tipo de locuras.
• Aparte del libro, no me dieron ningún tipo de preparación o apoyo para ayudarla. solo me decían: «No te tomes nada de lo que diga o haga como algo personal, es su enfermedad».
• Además era una hipocondríaca furiosa. Llegó con alergias alimentarias, le extirparon la vesícula biliar cuando yo estaba a cargo de la comunidad, fuimos a docenas de especialistas en NY en el transcurso de sus 2 años conmigo en Harlem.
• Por no hablar de que constantemente me llamaba mientras yo trabajaba en la oficina de Catecismo parroquial (sustituyendo a otra hermana que se marchó durante un año y a la que no se prestó tampoco ningún apoyo —pero sobre esto más adelante—) quejándose de dolor, apartándome del trabajo o lo que parecía ser más probable, simplemente intentando llamar mi atención, como suele ocurrir con personas con trastorno límite de la personalidad a la persona que tienen de apoyo.
• Pasaron muchas cosas en ese primer año, pero recuerdo que otra hermana de mi comunidad necesitaba regresar a Argentina para apoyar a su madre por un tiempo indefinido. Esta hermana era la responsable del catecismo en la parroquia, el apostolado era muy grande y el trabajo era a tiempo completo, pues había más de 400 niños y más de 50 catequistas en un programa bilingüe (español los sábados e inglés los domingos). ¿Adivinen quién debía cubrir su puesto mientras ella estaba de licencia indefinida? Sí, yo.
Pedí apoyo a las superioras porque, literalmente, me estaba volviendo loca. Mis superioras sabían lo difícil que era tener una hermana con un trastorno límite de la personalidad dentro de la comunidad, por tanto, ¿Cómo podían pensar que yo pudiese asumir una responsabilidad más y reemplazar a esa hermana que faltaba asumiendo también el papel de directora de Catecismo a tiempo completo?
A final me enviaron una hermana que me ayudaba a tiempo parcial, fue para mí una verdadera bendición, pero no lo suficiente, porque para mi sorpresa ella también estaba enferma y muchas veces necesitaba ausentarse, hasta que finalmente acabó por abandonar la vida religiosa (hoy se encuentra mejor, curada y prosperando en su vida). Conclusión: tuve que cubrir este puesto a tiempo completo durante todo el año catequético, junto con la gestión de la hermana enferma y el resto de las hermanas de la comunidad, sin contar que también era la responsable a nivel de provincia de la parte litúrgica, planificaba toda la liturgia cantada para las fiestas, misas de votos y eventos, donde reuníamos a cientos de personas.
Además, ser superiora de una comunidad que ya conlleva sus propias responsabilidades que, abarcan a todas las hermanas, reuniones de superioras, funciones de liderazgo, etc. dentro de todo era la parte más fácil, pero no significaba que no hiciera nada; el apostolado era muy grande y había que constantemente preparar y organizar clases en la parroquia, retiros para jóvenes, niños etc. Siempre había mucho por hacer.
Pero, ¿había alguien escuchándome?
¡Y no he acabado aún!
• Mis superioras parecía ignorar todo lo que yo decía. Me comunicaron que tenía que viajar à Argentina y acompañar a la hermana enferma para que se hiciera ver con un médico de allí. Debíamos quedarnos en la casa de su tía en Buenos Aires durante unos días, para que el médico le hiciera algunas pruebas, mientras ella tomaba sus medicaciones, no recuerdo bien qué medicaciones eran, pero no estaban relacionados con el trastorno que tenía, sino con su salud física, así que viajamos hasta allí e hicimos todo lo que se necesitaba, no fue fácil y tuvimos muchas peleas durante el viaje.
En el último momento, quiso que le acompañara a visitar a su familia a otra región de Argentina (¿a visitar su familia negligente y disfuncional?). Este es el amor/odio en las relaciones entre una persona con trastorno límite de la personalidad y las personas que las cuidan, un día te odia y al día siguiente, están súper apegados a ti (no es de extrañar su temor a las relaciones humana).
En ese momento me dije a mí misma: «ni pensar, no voy. Ellos literalmente son la razón por la que eres cómo eres». No se lo he dicho, pero era la verdad.
Le rogué a mi superiora que me dejara volar sola de regreso a Nueva York, y me concedieron. Así que volé de Buenos Aires a Nueva York y apenas llegué, le rogué a mi director espiritual (un sacerdote del IVE), que urgentemente hiciera algo por mí, o se iba esa hermana de la comunidad o me sacaran a mí. ¡Yo ya no podía más!
Finalmente, gracias a sus súplicas (y lo que es más impresionante, hizo falta que un hombre dijera algo para que por fin tomaran alguna providencia), la enviaron a la Casa Provincial (a 4 manzanas de distancia).
• Unos meses más tarde, pedí un tiempo para descansar y me enviaron a Avondale (Pensilvania), para ser la directora de Catecismo de allí. ¿Si eso les parece un descanso? Avondale era otra parroquia enorme y la directora de Catecismo era una responsabilidad igual de grande y a tiempo completo. Por lo tanto, no sólo desempeñaría ese papel, sino que, a diferencia de Harlem, tendría que aprender nuevas forma de hacer las cosas, conocer a todos los nuevos profesores, familias, etc. Cada parroquia es un mundo diferente con sus propias reglas. ¡Sí, genial, muchas gracias por todo!
Dejé la vida religiosa sólo 2 meses después de mi traslado y todo empezó a desmoronarse en mí apenas un mes después de estar allí. Empecé a llorar a diario, no podía comer, no podía sonreír, no tenía energía ni afecto, me sentía profundamente triste. Había llegado al otro extremo de lo que es el agotamiento, me sentía en un completo duelo, una parte de mí parecía haber muerto contenida en esa especie de vida religiosa. Irónicamente, me llamaba «Lumen» (luz), pero sentía cómo mi luz interior se había apagado.
La única paz que sentía era la de imaginar dejar esa vida y la esperanza —a pesar de todos los miedos de volver al mundo a los 30 años, con la cabeza rapada y un vacío de 8 años en el currículum— de que algo podía ocurrir en mi vida que fuera mejor de lo que estaba viviendo.
Y este ha sido mis 12 años allí. No ha sido fácil y sigue sin serlo, abrir camino en esta sociedad capitalista es difícil, pero tengo buenos aliados visibles e invisibles que me ayudan.
• Mi director espiritual me dio el visto bueno para pedir el indulto de salida, así que se lo pedí a mi superiora y ella inmediatamente pensó que yo estaba teniendo un ataque de nervios, -si analizamos en retrospectiva, así era-. Quería enviarme al monasterio unas semanas o a California «para descansar». Intenté explicarle que esto venía de hace mucho ¿era posible que no se diera cuenta? Un descanso de 2 semanas en el monasterio no arreglaría aquello. Finalmente, mi petición fue dirigida a la Superiora Provincial y tuve que mantenerme en contacto con ella para asegurarme de que mi petición seria escuchada y saber cuándo podría volver a casa. Pasó un mes hasta que por fin me dieron una fecha para irme, el 19 de septiembre.
Abandono y maltrato
Llevo 3 años trabajando «entre bastidores», en una consulta excepcional de terapia dialéctica conductual, con un conocimiento cercano y personal, tanto de la modalidad como de los tipos de cliente típicos que mejor se ajustan a los criterios de ese tipo de terapia. Puedo decir con seguridad que el hecho de que las superioras se negaran a permitir el tratamiento a esa hermana con trastorno límite de la personalidad (incluso en régimen de internamiento) fue una negligencia, ya que, ella estaba causando daño a sí misma y a las de su comunidad.
Esa Orden religiosa se enorgullecen de «cuidar de los suyos», una estupidez escrita en sus Constituciones, en este caso y en tantos otros, vemos la negligencia y los cuidados insuficientes que tenían. En mis tiempos, rara vez enviaban a una hermana enferma de vuelta a casa, bajo lo que dice la misma regla, pero estoy segura que esta hermana en particular se habría negado vehementemente ante tal propuesta, pero algo habría que hacer, pues la realidad era la de una una mujer joven, diagnosticada con trastorno límite de la personalidad, recomendada por escrito hacer una terapia dialéctica conductual residencial por su psiquiatra, y la Orden a la que pertenece se negaba a proporcionarle el tratamiento para que tuviera una salud mental estable. Siendo las consecuencias:
• un sufrimiento diario para esa hermana que constituía en subidas y bajadas de emociones incontrolables,
• que las demás tenían que sufrir sus arrebatos de ira, su volatilidad emocional y manipulación con regularidad, sin que supieran el por qué,
• su superiora, como yo misma, tuve que hacerme cargo y cuidar de alguien que padecía una enfermedad mental y emocional crónica, sin tener ninguna formación particular ni apoyo profesional en este tipo de función, y al mismo tiempo tenía que cuidar del resto de la comunidad, de las responsabilidades del apostolado, asumiendo también responsabilidades de la provincia.
SIN MENCIONAR que nadie se preocupaba por mí, Me la enviaron con un libro, al estilo manual de preparación para vivir con una persona enferma. No logré que le asignasen un terapeuta cuando realmente lo necesitaba; no logré que me enviaran una hermana más para ayudar en el apostolado, es decir, no recibí ningún tipo de apoyo regular para hacer frente a todo esto sola.
Todo lo que estaba a mi alcance era llamar por teléfono a la superiora provincial cuando la situación se ponía realmente fea y salía del control, pero nunca se hizo nada para cuidar de mi salud mental y emocional.
Desde aqui mando un saludo a mis padres
Menos mal, que crecí en un hogar estable y con vínculos seguros, menos mal que tuve una educación sana y tuve siempre los pies en la tierra, con un sabio discernimiento, profundas habilidades intuitivas y la capacidad de gestionar mi mundo emocional lo suficiente cómo para no salir desesperada corriendo de allí cuando un día se desató toda la mierda; y menos mal que siempre he tenido la capacidad de aprender rápidamente, pues esto me ayudó a sobrevivir a toda aquella locura, y ahora entiendo porqué me cargaron con todo, las que han estado en esa Orden entenderán: ¡APOYA SIEMPRE A TUS SUPERIORAS!
Pero, ¿Qué están haciendo SSVM?
Es como tener a los 5 titulares de un equipo de baloncesto, que son los que más minutos juegan y los que más apoyan al equipo, pero ninguno de ellos participan de otros beneficios, cómo por ejemplo, ir al quiropráctico, a la sauna, ni comer comidas buenas y nutritivas, etc. Cómo se explica todo esto sin hablar de negligencias y abusos.
Y no me hagas hablar de cómo se nos enseña a ser «generosas con Dios», pues de esta forma «Dios nos dará la gracia para cualquier cosa que se nos asigne». Eso no es más que un lavado de cerebro para que te calles y seas una monja buena y callada; para que te sientas culpable y que ante cualquier pensamiento contrario vayas a confesarte, cuando literalmente son ellos los que están chupando la vida que Dios te ha regalado. ¿Bastante retorcido, no? ¡Bienvenidas al convento!
(Estoy redactando esto).
¿Nos hemos apuntado todas a una vida de servicio, obediencia y «muerte al yo como Cristo en la Cruz»? De hecho, sí. Pero ¿sabíamos que sería tan disfuncional y perjudicial para nuestra propia salud mental, emocional y física? ¡No! Deberíamos, entonces haber leído «la letra pequeña».
En mi opinión, al aplicar la frase: «¿Qué haría Jesús?», -lo que para mí es una pregunta básica del cristianismo-, las SSVM hicieron lo contrario. Tendrían que haberse preocupado, haber permitido y haber conseguido un lugar para el tratamiento de esa hermana con trastorno. De esta forma le ayudaría no solo a ella, sino a las hermanas que tenían que convivir con ella y a la superiora a su cargo, y no solo con miras al presente, sino también al futuro. No se puede negar algo así por falta de medios económicos, porque las SSVM, SÍ TIENEN FONDOS.
Resumen
También escribo cosas positivas sobre mi paso por la vida religiosa, lo he dicho una vez y no cambiaría la decisión que tomé de entrar en las Servidoras. Es un camino de vida poco común que me siento agradecida de haberlo recorrido, pero he de decir que ha sido profundamente perjudicial para muchas de nosotras.
Mi historia es una de las más «ligeras», no sufrí insultos, no sufrí maltratos, no me enviaron a casa sola y sin dinero, cómo hicieron a otras. Me llevaron de regreso a casa dos hermanas, probablemente porqué yo había sido superiora durante 4 años y sentía que las hermanas me apreciaban o, quizá, porque simplemente era una chica blanca y norteamericana, ¡quién sabe! Pero hay otras historias tristes y lamentables y que causaron más daños. La mía entraría dentro de los traumas crónicos y de larga duración, a lo mejor, somos menos, ¡pero existimos!
A principio de este año recibí la noticia de una hermana con la que había vivido que había decidido irse, llevaba unos 20 años de vida religiosa y eso me preocupa, rezo para que esté bien. Le hemos tendido la mano, pero ahora mismo no quiere ningún tipo de apoyo. Muchas estuvieron menos tiempo que nosotras, pero con historias igual de intensas. Ambas son válidas y perjudiciales.
Cada una de nosotras buscamos sanar y as veces el proceso es largo, pero diría que la dificultad está en que nuestras historias conventuales son difíciles de visibilizar porque todo pasa en un ambiente con mucho secretismo y nadie sabe REALMENTE lo exigente que es la vida que llevamos y el lavado de cerebro que hay, al menos que lo haya vivido.
Repetiré siempre que se trata de una secta y no lo suavizo, pero cómo todo está bajo una fachada que gran parte del mundo honra —monjas haciendo obras de caridad, ayudando a los más pobres entre los pobres, esposas de Cristo— es difícil separar lo virtuoso de lo dañino, pero las 2 pueden coexistir.
Sin embargo, aquí estamos. Intentando llevar nuestras historias, nuestros secretos y heridas de la mejor manera posible; intentando convertirlos en magia y servicio en este mundo, a menudo con el alma un poco cansada y llena de cicatrices por lo que hemos pasado; intentando seguir sin «quemarnos», una vez más y sin que se aprovechen de nosotras siendo un poco más sabias e indecisas a la hora de entregarnos por completo a algo.
Y Esta es la razón por la que no quiero trabajar a tiempo completo nunca más. Haber sido monja era un trabajo 24/7 sin límites. ¡Es una mierda salvaje!
Después de mi salida, «me quemé» otras 3 veces más en el mundo laboral a tiempo completo, y aunque, esto no es objetivamente un problema por lo que todos enfrentamos, simplemente he decidido que, ya no es para mí.
Sólo quiero tumbarme en la hierba, contemplar la brisa entre los árboles y jugar con gatos el resto de mis días, y bailar, por supuesto.
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